A veces parece que el país solo recuerda a los controladores de tránsito aéreo cuando ocurre una contingencia o cuando una demora se vuelve noticia. El resto del tiempo, nuestra labor transita silenciosa, exacta y sin margen de error. Sin embargo, detrás de cada comunicación, detrás de cada aeronave que despega y aterriza sin contratiempos, hay profesionales que sostienen la seguridad aérea con una mezcla de pericia, concentración y disciplina que pocas veces se reconoce.
Este año que termina confirmó algo que vengo repitiendo hace bastante tiempo: la perseverancia no es solo un valor ético para nuestra profesión, es una herramienta de trabajo. Gracias a esa constancia logramos destrabar, por fin, la inminente adquisición del nuevo sistema de visualización y gestión de tránsito aéreo para el Centro de Control de Área de Santiago y el Centro de Control Oceánico. Es una noticia que nos alegra, pero también es un recordatorio de lo mucho que cuesta avanzar cuando las decisiones técnicas dependen de voluntades externas. Si hoy estamos a las puertas de un salto tecnológico, es porque el gremio mantuvo la presión donde debía y no bajó la guardia.
Pero sería ingenuo pensar que todo está resuelto. Las fallas en los sistemas de comunicaciones siguen siendo una amenaza diaria. No es un problema abstracto, es un riesgo concreto que enfrentan colegas de distintas regiones del país. Nuestra voz es nuestra herramienta principal; si falla, todo falla. Aunque logramos compromisos para renovar sistemas de visualización y gestión en varias unidades, vigilaremos cada etapa del proceso. No permitiremos que estos compromisos se diluyan en burocracia.
Hay otro frente que necesita un cambio urgente: la gestión de la fatiga. Hoy trabajamos bajo un marco que no refleja ni la realidad operativa ni las mejores prácticas internacionales. El artículo 60 del Código Aeronáutico debe modernizarse para que la DGAC pueda normar nuestras horas de trabajo y descanso con criterios técnicos, tal como ocurre con las tripulaciones de vuelo. La seguridad aérea lo exige. No es un capricho gremial, es una necesidad operacional.
El 2026 traerá desafíos mayores. Seremos anfitriones de la Reunión Regional de las Américas de IFATCA, instancia que servirá no solo para mostrar nuestro profesionalismo, sino también para posicionar la voz de Chile en debates de operación militar y policial, gestión de drones y control de fauna, temas que ya impactan de forma directa nuestro trabajo. También empujaremos definiciones clave como el perfil del Instructor ATC, un rol que merece claridad y estatus, porque de esa función depende la calidad de formación de nuevas generaciones de controladores.
Además, en esos mismos días Chile será sede de las reuniones del Comité Técnico y Operativo (TOC) y del Comité Profesional y Legal (PLC) de IFATCA, instancias que por primera vez sesionarán en nuestro país. La presencia simultánea de ambos comités reforzará el carácter estratégico del encuentro y permitirá abordar, con una mirada global, los desafíos técnicos, operativos y normativos que enfrenta la profesión.
Y no olvidamos un punto que trasciende lo técnico: la dignidad laboral. Seguiremos apoyando la búsqueda de una solución legislativa al problema de la subcotización previsional, porque no es aceptable que una carrera tan exigente termine con pensiones que no se condicen con décadas de servicio.
Si algo hemos aprendido es que la seguridad aérea no descansa. Y nosotros, quienes la sostenemos, tampoco. Pero eso no significa que aceptemos trabajar con condiciones que no están a la altura del estándar que el país nos exige. 2025 nos demostró que la perseverancia funciona. En 2026 redoblaremos ese compromiso. No pedimos privilegios. Pedimos coherencia entre la responsabilidad que asumimos y las herramientas que necesitamos para ejercerla. Cuando esa coherencia se cumple, gana todo Chile.
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