El 20 de julio se estrenó en Chile una de las películas más comentadas de la temporada: "Oppenheimer". Mirada cinematográfica a una figura controversial, el físico Julius Robert Oppenheimer, cuya principal cita con la historia fue haber sido el líder del proyecto que diseñó y, eventualmente, construyó la bomba atómica que devastaría dos ciudades japonesas y su población, Hiroshima y Nagasaki, en 1945. Un evento que representa una de las manifestaciones más brutales no sólo de la naturaleza humana, sino también del dilema nunca resuelto de la ética asociada al desarrollo científico.
Oppenheimer se formó como científico poco después de los comienzos de la Mecánica Cuántica, la teoría que puso de cabeza a la física, proponiendo una manera completamente diferente de entender los fenómenos microscópicos. Sus múltiples intereses le llevaron a abordar diversos temas. Su trabajo más importante es la aproximación de Born-Oppenheimer (1927), que permite estudiar la compleja dinámica de los átomos separándola en dos dinámicas un poco más sencillas: el movimiento de los núcleos, mucho más pesados y lentos, y el de los electrones. Pero también proporcionó, en 1930, importantes argumentos a favor de la existencia del positron, propuesto teóricamente por Paul Dirac en una serie de publicaciones escritas entre 1928 y 1931, y descubierto experimentalmente en 1932. Además, de mostrar, en 1939, que las estrellas de neutrones debían colapsar gravitacionalmente si su masa superaba cierto límite, prediciendo en la práctica lo que, en los 60, sería bautizado como "agujero negro".
Pero la guerra cambiaría su destino, y el de la Humanidad, para siempre. El descubrimiento de la fisión nuclear, en 1938, alertó de inmediato a la comunidad científica de sus posibles usos bélicos, ya que la división de un núcleo podía significar la liberación de nuevas partículas, que a su vez podrían dividir otros núcleos vecinos, provocando una reacción en cadena, propuesta teóricamente en 1933 por el húngaro Leo Szilard. El propio Szilard y Albert Einstein, quienes abandonaron Alemania cuando Hitler ascendió al poder en 1933, advirtieron en una famosa carta al presidente de Estados Unidos, Franklin D.Roosevelt, sobre la posibilidad de que Alemania desarrollara un arma basada en estas ideas. Roosevelt estableció, en 1942, el Proyecto Manhattan y, en 1943, encargó la dirección científica del equipo a cargo de diseñar la bomba a Oppenheimer. No fue la primera opción, pero conocía bien los detalles científicos y técnicos involucrados, y, a juicio de quienes lo evaluaron, parecía tener la visión correcta acerca del manejo de un proyecto de esta magnitud, aunque no tenía experiencia administrativa previa.
Eran tiempos complejos. El avance de Hitler a través de Europa diezmaba al continente, y muchos científicos de renombre, varios de ellos con vínculos con los territorios ocupados, estuvieron dispuestos a trabajar para lograr, finalmente, un arma de destrucción masiva. Varios Premios Nobel de hecho. Irónicamente, un premio creado por Alfred Nobel para homenajear a quienes sirvan a la Humanidad, a partir de su propia fortuna, vinculada al desarrollo de explosivos, incluyendo el más Famoso: la dinamita.
La misma ciencia fraguada durante las últimas cuatro décadas, ahora era usada para devastar al enemigo, basándose en el temor de que ese enemigo hiciera lo mismo. Oppenheimer tuvo un rol protagónico en este proceso. Le dio un sentido de unidad y propósito a un equipo de trabajo enorme, pues conocía bien los detalles de la Física involucrada y la ingeniería necesaria. Supervisó de cerca el avance del diseño, viendo sus sobrecogedores resultados con la primera detonación, el 16 de julio de 1945.
Quizás, llamar a Oppenheimer "el padre de la bomba atómica" no es adecuado, porque no fue su idea ni militar, ni teórica, ni científicamente. Otros la imaginaron como una posibilidad teórica antes y otros tuvieron motivos políticos y estratégicos para realizarla. Pero es innegable su importancia para que fuera posible. Un engranaje más, pero crucial. Oppenheimer estaba consciente de ello. Al observar la primera detonación, recordó versos del Bhagavad Gita, libro sagrado del hinduismo, versos que tradujo como: "Me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos". Años después, se opondría al desarrollo de la bomba de hidrógeno, lo cual culminaría en audiencias oficiales en contra de él, y la pérdida de sus privilegios de seguridad.
Un símbolo de nuestras contradicciones, colectivas e individuales. Hemos aprendido sobre los misterios del Universo, nos comunicamos con nuestras familias distantes y tratamos enfermedades con los mismos conocimientos con los que espiamos a nuestros enemigos y destruimos sus ciudades. Vivimos más, conocemos mejor nuestro entorno y, además, tenemos las herramientas para hacernos desaparecer.
Acaso, la misma paradoja detrás del meme que ha circulado con insistencia en las redes sociales y que muestra una imagen dividida en dos: la mitad izquierda, con Barbie, rosada y luminosa y la mitad derecha con Oppenheimer, gris y oscuro. ¿Caricatura? Sí. Pero también sirve como signo de que es nuestra tarea, como especie y como personas, decidir qué hacer con nuestras capacidades y nuestras creaciones. A pocos días de un aniversario más de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki, nunca debemos dejar de reflexionar sobre el poder que tenemos, sobre nuestras luces y nuestras sombras.
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