¿Se ha fijado que en cada elección presidencial hablamos de pensiones, seguridad y salud, pero casi nunca de ciencia? Y, sin embargo, sin ella no tendríamos agua potable, electricidad, vacunas ni transporte público. La ciencia está en cada aspecto de nuestra vida, pero no en nuestras prioridades como país. Y mientras no la convirtamos en parte de nuestra cultura cotidiana, seguirá siendo invisible para la política.
Durante milenios, el mundo cambió muy poco. La revolución neolítica nos enseñó a cultivar la tierra y a domesticar a los animales, pero durante siglos la vida de las personas permaneció casi inalterada. Fue recién con la Primera Revolución Industrial, en el siglo XVIII, que todo se aceleró: las sociedades que apostaron por la ciencia y la tecnología multiplicaron su riqueza, transformaron su cultura y comenzaron a diseñar un futuro de bienestar para toda su sociedad.
Corea del Sur, por ejemplo, tenía en los años '60 un PIB per cápita similar al de muchos países latinoamericanos. Apostó por la educación, la ciencia y el desarrollo tecnológico. Entre los años 1980 y 1994, el gasto en investigación y desarrollo (I+D) aumentó del 0,77% del PIB al 2,33%, cercano al valor promedio OCDE de 2,7%. Hoy invierte más del 4% de su PIB en I+D, y es líder mundial en semiconductores, telecomunicaciones y energías renovables. Finlandia, por su parte, dependía de la madera y la pesca, pero decidió transformar su matriz productiva con inversión en educación, investigación y tecnología. De ese esfuerzo surgieron empresas como Nokia, y el país se convirtió en un referente global en innovación y calidad de vida. Hoy invierte casi el 3% de su PIB en I+D.
Chile se encuentra hoy ante una encrucijada similar, ya que nos encontramos viviendo la Cuarta Revolución Industrial. Esta etapa está marcada por avances tecnológicos emergentes en inteligencia artificial, nanotecnología, computación cuántica, biotecnología, entre otros. Aunque celebramos algunos avances, lamentablemente seguimos anclados en una economía extractiva, dependiente de materias primas, y vulnerable a los vaivenes globales.
Mientras otros países con historias y recursos similares al nuestro apostaron hace décadas por la innovación, nosotros seguimos discutiendo si invertir en ciencia es un lujo o una necesidad. El resultado es evidente: exportamos al mundo uvas y cerezas frescas, pero importamos sensores y sistemas de refrigeración inteligentes que permiten conservarlas. Vendemos cobre y litio, pero compramos computadores, autos eléctricos y baterías que incorporan la tecnología que aquí no desarrollamos.
Lo más preocupante es que este debate apenas aparece en las campañas presidenciales. En cada elección se repiten las mismas promesas sobre seguridad, pensiones y salud, porque son temas que a la ciudadanía le importan, ya que afectan su diario vivir, pero la ciencia y la tecnología -la base de cualquier desarrollo sostenible- siguen ausentes. Y esa omisión no es casualidad: refleja una ciudadanía que, aunque valora la ciencia, no la exige como prioridad política.
¿Por qué ocurre esto? La III Encuesta Nacional de Percepción Social de la Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (2022, publicada en 2023) lo confirma. Más del 80% de las y los chilenos cree que la ciencia hace sus vidas más fáciles y traerá beneficios en los próximos 20 años. El 47,9% piensa que ayudará a disminuir las desigualdades sociales. Sin embargo, mientras un 78% visitó un centro comercial el último año (2022), apenas 17% asistió a un museo o exposición científica. Y aunque 20% declara interés por la ciencia, no accede a ella por falta de espacios o recursos que permitan vivirla.
La paradoja es clara: decimos valorar la ciencia, pero no la incorporamos en nuestra cultura. Y si como ciudadanos no la exigimos, los políticos -salvo contadas excepciones- la ignoran. De ahí que la inversión en investigación recién haya superado el 0,40% del PIB -con 0,41% en 2023-, pero siga muy lejos del promedio OCDE, que ronda el 2,7%. El propio Presidente lo expresó respecto de su compromiso de avanzar hacia 1% del PIB en I+D, señalando "no ha sido fácil y por eso espero que, tal como queremos avanzar en esa dirección, los senadores y los parlamentarios también nos apoyen en poder tener un Pacto Fiscal que nos permita hacer despegar el crecimiento de nuestro país". El problema es que incluso si se logra un nuevo pacto fiscal, dudo que los recursos apunten hacia ciencia y tecnología, ya que las prioridades de las y los chilenos son otras. Cambiar esas prioridades es el desafío. Corea del Sur lo logró, aumentando casi 0,5% del PIB cada cuatro años entre 1980 y 1994. Lo que necesitamos es un compromiso país.
En Chile existen instituciones que han hecho de la divulgación científica una misión permanente. El Planetario Chile, el Museo Interactivo Mirador (MIM), el Museo Nacional de Historia Natural o el Museo de Ciencia y Tecnología, entre otros, han acercado la ciencia, la música y el arte a generaciones de escolares y familias. Todas estas iniciativas cumplen un rol fundamental en democratizar el conocimiento y preservar nuestra memoria científica. Sin embargo, requieren también una mayor valorización del mundo político y financiamiento para continuar cumpliendo esta importante labor. No es casualidad, por ejemplo, que rectores y premios nacionales hayan pedido al Estado un financiamiento basal permanente para el Museo de Ciencia y Tecnología, que enfrenta una precariedad financiera que amenaza su presente y su futuro.
Como Facultad de Ciencia de la Universidad de Santiago de Chile, en el marco de nuestros 50 años, también nos hemos sumado a este esfuerzo. Desde hace cuatro años que celebramos nuestro aniversario con un Festival de Ciencia abierto y gratuito, que este 2025 se realizará el 11 de octubre en la Explanada del Planetario Chile, con stands interactivos, charlas, visitas a laboratorios y actividades artísticas. A ello se suman los Conciertos Cielos (ver más), que combinan música y astronomía: uno en el Aula Magna de la propia universidad (7 de octubre) y otro en los barrios, en convenio con distintas comunas de la Región Metropolitana -en 2022 en Cerrillos, en 2024 en Quinta Normal, y este año (9 de octubre) en Recoleta-.
El desafío es claro: como país debemos abrir más espacios donde la ciencia pueda vivirse y no solo admirarse a la distancia. Mientras siga siendo un privilegio esporádico, difícilmente se transformará en una demanda ciudadana. Y sin esa demanda, la ciencia y la tecnología seguirán siendo los grandes ausentes de los debates presidenciales.
La responsabilidad no recae solo en los gobiernos: también está en nuestras manos. Cada vez que decidimos qué temas merecen nuestra atención, qué conversaciones sostenemos y qué país imaginamos, definimos el lugar que ocupa la ciencia en nuestra vida. Si logramos integrarla en nuestra cultura cotidiana, dejará de ser un horizonte lejano para convertirse en parte de nuestra identidad, en una herramienta de justicia social y en el cimiento de un futuro que nos pertenece a todas y todos.
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