Su calificación es sobresaliente, ha tenido buenos resultados en investigación, se alinea con los intereses de política pública nacional... pero nos vamos a ir por otra opción. Buena suerte y siga participando. El sistema de financiamiento de la investigación en Chile ha sido un pilar relevante para el desarrollo científico del país. A través de instrumentos altamente competitivos y evaluaciones exigentes, se han consolidado grupos de excelencia y se ha fortalecido la producción de conocimiento. Sin embargo, el diseño del sistema presenta una paradoja estructural.
Un ejemplo concreto de esta situación es el Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes (IMHAY), que fue financiado durante dos períodos consecutivos como Núcleo Milenio, ambos con evaluaciones sobresalientes. Finalizados esos ciclos, las reglas impiden una nueva renovación, lo que obligó al grupo a postular a una figura de mayor envergadura, los Institutos Milenio. El proyecto fue nuevamente bien evaluado, quedando en tercer lugar y como primero en lista de espera. Las dos iniciativas anteriores fueron finalmente financiadas. Ninguna de ellas abordaba la salud mental, una problemática reconocida transversalmente como prioritaria para el país.
Este resultado no cuestiona la calidad ni la relevancia de los proyectos adjudicados. El problema es más estructural y tiene que ver con iniciativas consolidadas, con resultados comprobados y alto impacto social, que pueden quedar sin financiamiento y, por tanto, sin continuidad. El sistema privilegia la competencia en cada convocatoria, pero ofrece pocas alternativas para capitalizar trayectorias exitosas, cuando estas no resultan adjudicadas por márgenes estrechos.
La investigación en salud mental no es un tema marginal. Su relevancia está respaldada por evidencia robusta sobre su impacto en el bienestar individual, la productividad y el sistema de salud. Que ninguna iniciativa en esta área haya sido financiada en un concurso altamente competitivo no necesariamente refleja una falla en la evaluación, pero sí expone una rigidez del modelo, que dificulta la convergencia entre excelencia científica y pertinencia social.
Este fenómeno no es exclusivo de IMHAY. En distintos ámbitos, se repite una dinámica similar: grupos que, tras años de financiamiento público, formación de capital humano avanzado y generación de conocimiento relevante, enfrentan discontinuidades abruptas. Las consecuencias trascienden a la academia: se debilitan equipos, se pierde masa crítica y se interrumpen líneas de investigación, que requieren continuidad para generar impacto real.
En sistemas de investigación más maduros, como los de algunos países europeos, Canadá o Australia, la competencia por fondos convive con mecanismos de continuidad, evaluación por trayectorias y financiamiento de transición, precisamente para evitar la pérdida de capacidades estratégicas ya consolidadas. No se trata de eliminar la competencia, sino de complementarla con instrumentos que protejan inversiones públicas de largo plazo.
La pregunta de fondo es si el sistema chileno está diseñado solo para seleccionar ganadores en cada concurso o también, para sostener capacidades científicas que el país ha decidido construir. En áreas como la salud mental, donde la urgencia social es persistente, la falta de continuidad no es un problema menor, sino una señal de diseño que merece ser revisada.
Chile ha avanzado de manera significativa en el fortalecimiento de su sistema científico. El desafío pendiente es asegurar que ese avance no se vea limitado por reglas que, aun siendo coherentes en lo formal, pueden resultar ineficientes en lo estratégico. Pensar cómo capitalizar iniciativas exitosas no es un privilegio sectorial, sino una condición necesaria para que la inversión en ciencia y conocimiento tenga impacto sostenido en el tiempo.
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