La humanidad se encuentra en un punto de inflexión, en el umbral de una revolución que promete transformar radicalmente la forma en que vivimos. La inteligencia artificial, la biotecnología y la neurociencia están redefiniendo nuestro mundo, y en medio de este torbellino de innovación, tenemos una oportunidad única de forjar un futuro más equitativo y próspero para todos. Este avance, sin embargo, no será completo si no derribamos las barreras que han condicionado el progreso, invitando a que todas las voces, especialmente las de las mujeres, participen activamente en la construcción de este nuevo mundo.
A pesar de los avances, la exclusión de las mujeres del ámbito científico y tecnológico ha tenido consecuencias palpables que aún hoy nos afectan. En la salud, por ejemplo, enfermedades que afectan predominantemente a mujeres, como la endometriosis, han recibido menos investigación y financiamiento que patologías masculinas. Un caso similar se observó en los ensayos clínicos, donde hasta los años '90 las mujeres estaban subrepresentadas, con la errónea creencia de que los resultados en hombres eran extrapolables. Esto llevó a que muchos medicamentos tuvieran efectos menos efectivos o incluso perjudiciales para ellas.
En el mundo de la tecnología, los sesgos también se han manifestado de forma crítica. Los maniquíes de pruebas de choque, diseñados en los '80 con medidas masculinas, han resultado en que -durante décadas- las mujeres han tenido mayores probabilidades de sufrir lesiones graves o morir en un accidente automovilístico.
Hoy, estos sesgos se están replicando en las tecnologías emergentes. Algoritmos de reconocimiento facial con mayor tasa de error en mujeres y personas de piel oscura y modelos de lenguaje que perpetúan estereotipos de género son una clara señal de alerta. Esto nos recuerda que no podemos aspirar a un desarrollo verdaderamente innovador y sostenible sin la participación plena de las mujeres en las áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).
En Chile, aunque hemos visto un crecimiento en el ingreso de mujeres a carreras STEM, pasando del 27% en 2023 al 30% en 2024, aún estamos lejos de la paridad. Esta brecha no es solo un problema de equidad, sino un obstáculo para nuestro desarrollo. En Chile sólo el 18% de los puestos de investigación y desarrollo son ocupados por mujeres, a pesar de que ellas obtienen mejores notas en la educación superior en áreas como las ciencias y la salud. Esta subrepresentación limita la diversidad de perspectivas, la creatividad y la capacidad de nuestro país para ofrecer soluciones integrales a los desafíos globales.
El futuro que imaginamos, uno donde la tecnología mejora nuestras vidas de manera equitativa, no puede construirse con la mitad del talento excluido. Incluir a más mujeres en STEM no es solo un acto de justicia; es una condición indispensable para que la humanidad avance con todo su potencial, libre de los sesgos del pasado. Es hora de que todas las voces estén presentes en la construcción de este nuevo mundo, asegurando que la ciencia y la tecnología del mañana beneficien a todas y todos.
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