Profesores y profesoras: los cimientos de la Nueva Educación Pública

Cada 16 de octubre, Chile celebra el Día del Profesor y la Profesora. Y aunque abundan los homenajes y los discursos, pocas veces se reconoce en su justa medida la magnitud de su tarea: los docentes no solo enseñan, sino que sostienen toda la estructura de la educación pública. Son quienes, desde cada aula, hacen posible que la promesa de igualdad se transforme en aprendizaje real y de calidad para millones de niños, niñas, jóvenes y adultos en todo el país.

La Nueva Educación Pública es una política de Estado que, desde 2017, trasciende gobiernos y administraciones. Su verdadera fuerza no está en las leyes o en la estructura institucional, sino en las personas que la hacen posible día a día. Los profesores y profesoras son el rostro humano de esta transformación, quienes, en cada aula, encarnan un cambio que ya no pertenece al futuro sino que es una realidad. Detrás de cada nuevo Servicio Local de Educación Pública (SLEP) hay docentes que trabajan en red, comparten experiencias, reciben acompañamiento técnico y fortalecen una misión común: asegurar que cada estudiante tenga acceso a una educación pública de calidad, inclusiva y con sentido.

Ejemplos de este compromiso abundan a lo largo de Chile. En el norte, Nicolás Montecinos, director de una escuela en el Valle de Lluta, fue reconocido en la categoría "Aprendizajes base y resultados académicos" del Premio LED, que distingue a directores y directoras que promueven entornos educativos seguros, inclusivos y equitativos. En Rapa Nui, la profesora Geisha Bonilla, directora del Colegio Lorenzo Baeza Vega, fue finalista del Global Teacher Prize por integrar la lengua rapanui y la identidad cultural en el aprendizaje, fortaleciendo el vínculo entre escuela y comunidad. Y en el sur, David Igor, de Puerto Montt, fue reconocido como el mejor profesor técnico-profesional por conectar la enseñanza práctica con proyectos reales de innovación.

Estos y muchos otros ejemplos encarnan uno de los sentidos más profundos de la Nueva Educación Pública: fortalecer la vocación docente, reconocer su valor y ofrecer condiciones que permitan a cada profesora y profesor desplegar plenamente su talento. No se trata sólo de transferir escuelas desde los municipios a los SLEP, sino de reconstruir confianzas, consolidar capacidades locales y devolver a la docencia su papel protagónico en la construcción de una educación pública de calidad y excelencia.

Por supuesto, no todo ha sido sencillo. Como toda política viva, la NEP ha debido enfrentar dificultades: diferencias entre territorios, demoras administrativas, carencias de apoyo técnico y tensiones propias de un proceso de transformación. Pero su fortaleza está precisamente en reconocer esos problemas, enfrentarlos y corregirlos. Una política pública madura no es la que no se equivoca, sino la que aprende de sí misma y mejora con el tiempo.

El desafío que tenemos por delante no es solo institucional, sino profundamente humano. Implica seguir cuidando y fortaleciendo a quienes hacen posible el aprendizaje: los profesores y profesoras de la educación pública.

Celebrarlos significa renovar un compromiso colectivo: garantizar estabilidad, recursos, formación y respeto. Porque sin docentes valorados, en condiciones dignas de trabajo y sin reconocimiento de toda la sociedad, no hay educación de calidad posible. La Nueva Educación Pública avanza, se corrige y se consolida como política de Estado. Pero sobre todo, late en cada sala de clases donde un profesor o una profesora sigue creyendo que enseñar puede transformar vidas.

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