"Salvavidas de plomo" llaman en la Facultad de Derecho a esa última pregunta que hace el profesor, cuando intenta aprobar a un alumno in extremis, pero que mal contestada, lo hunde definitivamente. El salvavidas consiste en una pregunta sencilla, un dato cualquiera que se encuentre en la ley, porque la verdadera pregunta viene después: "¿y por qué?". "Porque la ley lo dice", es la única respuesta que puede salvar la situación. No es necesario indagar en las razones de la norma, ya que sólo basta la certeza y seguridad que da la ley, misma que el abogado aprende a transmitir a sus clientes.
Ahora imagine a un científico. Está en su cama y despierta de improviso. La alarma del despertador está sonando y el reloj marca, como siempre, las 6.30. Usted piensa "está despierto a causa de la alarma del despertador". Pero el científico, educado en la duda sistemática sobre los hechos que en apariencia respaldan una hipótesis, no puede asegurar que esa sea la causa, hasta que haya repetido la experiencia en un número estadísticamente representativo, con despertadores placebo, con sujetos de prueba insomnes y en diferentes horarios y camas. Recién entonces elabora una teoría sobre las causas de su vigilia, que dura hasta que alguien más, o él mismo con más datos, logre una mejor explicación que quizás se contraponga con la anterior.
Piense a continuación en un emprendedor. Sin ningún tipo de evidencia, e incluso contra todo dato comprobable, sabe que su idea es buena, y que sólo es cosa de tiempo para que el resto del mundo se de cuenta. Y mientras piensa en cómo cambiará el mundo, hipoteca la casa familiar para financiar la última parte de su plan de negocios, asomándose a la incertidumbre con la sonrisa cómplice de un equilibrista y mariposas en el estómago.
Estas son las principales personalidades que usualmente deben colaborar, estrechamente, para transformar resultados científicos en productos y servicios, en el mercado. Con lenguajes y culturas tan dispares, se hace indispensable un intermediario, un intérprete que además sea capaz de encauzar distintas visiones, capacidades y motivaciones a través de las múltiples dificultades que encontrarán en el largo camino que va desde la buena idea hasta la innovación real. Este es trabajo del gestor tecnológico, una persona que suele combinar experiencia y conocimiento en propiedad intelectual, ciencia aplicada y negocios tecnológicos y que, dada la orientación y duración de las carreras universitarias, no es un profesional que se construya en las aulas, sino en el quehacer diario y en la colaboración con sus pares.
Precisamente, como una manera de fomentar esta colaboración y compartir buenas prácticas, es que la asociación gremial que reúne a estos profesionales (RedGT), y con la buena excusa de premiar a quienes se han destacado en este complejo quehacer, logra congregar a todo el ecosistema nacional de ciencia, tecnología, conocimiento e innovación.
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