Durante una de las mesas de conversación que tuvieron lugar en el Dual Hub Summit -el primer encuentro de innovación dual en Chile, realizado el mes pasado en Concepción- me preguntaron por "las brechas de articulación entre las universidades y la industria de defensa", y qué factores podían hacer más compleja esta relación. Mi primera reacción fue reconocer que muchas de estas brechas no son nuevas ni exclusivas del mundo defensa: son prácticamente las mismas que desde hace años se identifican en los intentos de vinculación entre instituciones generadoras de conocimiento (universidades y centros de investigación) y la industria civil.
La primera y más evidente es la falta de conocimiento mutuo. Las universidades no saben cómo funciona la industria; la industria no entiende cómo operan las universidades. Esta ignorancia genera desconfianza, la que en contextos como el nuestro -donde la desconfianza es un rasgo cultural- se profundiza con facilidad, y la falta de datos concretos se reemplaza por prejuicios, lo que refuerza aún más la distancia.
Una segunda brecha tiene que ver con las culturas organizacionales profundamente distintas. Las universidades y los centros de investigación tienen sus propios lenguajes, rituales y lógicas internas, en donde uno de sus características más importantes es la necesidad de compartir el conocimiento generado (que se resume en el aforismo "publicar o morir", que rige gran parte de la vida académica); en la industria en cambio, la información puede dar ventaja sobre la competencia, por lo que no se comparte libremente y con mayor razón en el sector defensa, donde la compartimentalización de la información, e incluso el necesario secreto operacional, son parte estructural del funcionamiento. La posibilidad de un diálogo fluido se ve así obstaculizada desde el inicio.
A ello se suma la creciente complejidad de las cadenas de valor. Hoy, ni siquiera en la industria civil resulta fácil para una universidad identificar en qué parte del proceso productivo puede aportar valor. Esta dificultad se vuelve aún más marcada en defensa, donde los grados de opacidad dificultan comprender cómo se toma una decisión de compra o quiénes son los actores clave para impulsar la colaboración en algún desarrollo.
Otro factor crítico es el tema de los estándares. Muchas tecnologías que emergen desde la academia están en fases tempranas de desarrollo, con bajos niveles de madurez tecnológica y sin validación en entornos reales. En industrias reguladas y exigentes como la defensa, además, los productos deben cumplir con normativas estrictas y calificaciones de "grado militar". Esto añade no solo complejidad técnica, sino también barreras de entrada que pocos desarrollos científicos logran superar sin apoyo externo sostenido.
Estos cinco factores, entre otros, se pueden descomponer, estudiar y complejizar todo lo que uno quiera. Pero tal vez sea más útil reconocer que también existen puntos de encuentro entre estos mundos, y que desde ahí podemos construir una colaboración más fructífera. Desde un punto de vista operacional, por ejemplo, en ambos mundos se planifica con décadas de anticipación, y se está dispuesto a convivir con el riesgo de una apuesta a tan largo plazo. Esta mirada estructural, de largo aliento, es un punto de afinidad importante, y que no es común en otros ámbitos.
Pero el punto en común más relevante es lo que llamo, a falta de una mejor denominación, el "sentido de misión"; esto es, la motivación profunda que lleva a las personas en ambos sectores, a trabajar y hacer los sacrificios que sean necesarios para avanzar en sus respectivos quehaceres.
Así, si bien las universidades pueden perseguir mejoras en matrícula o rankings, y la industria de defensa busca eficiencia y competitividad, estas son metas instrumentales. En el fondo, quienes trabajan en estos espacios están motivados por un propósito mayor: contribuir al desarrollo del país, proteger su soberanía y, en definitiva, proteger y mejorar la vida de sus habitantes. Es ese motor profundo el que puede -y debe- sostener los esfuerzos de articulación.
Así, aunque reconocer las brechas de colaboración es fundamental, más importante aún es identificar las motivaciones que compartimos. Ahí reside la posibilidad real de construir una alianza estratégica entre ciencia, tecnología, industria y defensa, que no solo impulse la innovación, sino que refuerce nuestra capacidad colectiva de responder a los desafíos del presente y del futuro.
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