Hace años, deambulando por una multitienda, advertí a una pareja que recorría el sector de juguetes, buscando regalos. Y escuché su conversación:
- ¿Por acá?
- No, este pasillo es rosado. Puras cosas de niñas
Ese pequeño momento me quedó grabado para siempre como símbolo de los estereotipos de género. Fabricantes y tiendas anunciando juguetes diferenciados por colores, para mujeres y otros para hombres, y clientes aceptando esa propuesta, validando hasta hoy esos códigos y regalando a niños y niñas los juguetes que "les corresponde".
Pequeños momentos que, sumados a lo largo de la vida, motivados por familia, amistades, colegio, televisión, etc., hacen que esos supuestos roles se pasen sin cuestionamiento a las siguientes generaciones. Para las niñas, muñecas y no modelos para armar; cocinas y no pelotas de fútbol. Porque no se supone que es femenino construir, inventar, ni jugar ciertos deportes; pero sí lo es cuidar de otros y atender las labores de la casa. Una lógica que, validada por siglos, ha causado una enorme asimetría en el interés y la participación de niñas y mujeres en la ciencia.
Salir de esa lógica es lo que llevó a la ONU a declarar, en 2015, al 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Una instancia para reflexionar acerca de lo que hacemos para acercar o alejar a mujeres y niñas de esta actividad.
El problema es complejo. Históricamente, no era prioritario que las mujeres accedieran al desarrollo del conocimiento, pues su quehacer estaba relegado a labores de cuidado y del hogar. Salvo excepciones, el espacio científico estaba vedado para ellas, explícita o implícitamente. Hasta mediados del siglo XIX, la Academia de Ciencias de París no aceptaba el ingreso de mujeres a sus sesiones, salvo esposas de sus miembros, hombres. En Chile, Eloísa Díaz fue la primera mujer en cursar estudios superiores, en 1880, unos 40 años después de la fundación de la primera universidad en nuestro país. En Inglaterra, por su parte, la Universidad de Cambrige ofreció los primeros grados académicos para mujeres recién en 1948. En física, el camino fue abierto, lentamente, por verdaderas pioneras.
En 1732, Laura Bassi, quien trabajó en mecánica de fluidos y electricidad, se convirtió en la primera mujer en recibir un doctorado en ciencia, y meses después, la primera mujer en tener el cargo de profesora en una universidad (de Bologna), recibiendo un sueldo por ello.
En 1816, Sophie Germain fue la primera en ganar un premio de la Academia de Ciencias de París, por su modelo para la vibración de una membrana elástica. Solo 7 años después, y gracias a la intercesión de amigos influyentes, como Joseph Fourier, pudo entrar a las sesiones de la academia, a las que no podía ingresar por ser mujer.
También tuvo dificultades Maria Skłodowska-Curie (Marie Curie). En su Polonia natal no podía estudiar formalmente por ser mujer, por lo cual participó de una institución clandestina, la "universidad flotante". En Francia, junto a su esposo Pierre, alcanzaría fama mundial por sus estudios sobre la radiactividad (descubierta por Henri Becquerel). Junto a ellos, sería galardonada, en 1903, con el Premio Nobel de Física. Fue la primera mujer en recibirlo y casi no sucedió, ya que la Academia Sueca había considerado inicialmente solo a Pierre Curie y Becquerel. Pero, gracias las gestiones del matemático sueco Magnus Mittag-Leffler y el propio Pierre, se hizo justicia. Más adelante, en 1911, su trabajo volvería a ser premiado con un Nobel (fue la primera persona en obtenerlo dos veces, y hasta ahora la única mujer), esta vez de Química y en solitario, por su trabajo sobre el radio y sus compuestos.
Y no debemos olvidar a la matemática Emmy Noether, quien demostró, en 1918, el gran teorema que lleva su nombre y que relaciona cantidades conservadas y simetrías en un sistema físico. Gracias a ella, se resolvió un problema que tenía la entonces reciente Teoría de la Relatividad General de Einstein con la conservación de la energía; y a la vez se abrió un modo extraordinariamente novedoso y elegante de comprender la naturaleza, inspiración para todos los modelos de interacciones elementales que la física moderna ha desarrollado. El teorema de Noether está en el corazón de la física actual.
La física ha sido afortunada de contar con contribuciones de estas mujeres, y muchas más que continuaron su camino. Hoy sabemos que una simetría que parecía sagrada, la paridad de un sistema físico (algo así como mirar el Universo reflejado en un espejo), a veces no se respeta. Lo mostró experimentalmente una mujer, Chien-Shiung Wu, en 1956. Sabemos que hay estrellas que emiten pulsos regulares, los "pulsares", restos de estrellas que explotaron espectacularmente, descubiertos por Jocelyn Bell Burnell, en 1967. Y estamos seguros de que en el centro de nuestra galaxia hay un objeto súpermasivo, un agujero negro, por el trabajo de Andrea M. Ghez, quien recibió el Nobel de Física por esta investigación en 2020.
Muchas otras mujeres avanzarán nuestra comprensión de la naturaleza si pueden desarrollar sus habilidades e intereses. Por cierto, nunca se trata de que todas se conviertan en científicas. Pero sí de que ninguna sienta barreras para serlo si lo desea. Es tarea de todos y de todas que no haya colores, juguetes o caminos prohibidos.
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