El conocido conflicto entre NotCo, por su producto "Not Milk", y la Asociación Gremial de Productores de Leche de Los Ríos (Aproval), ha tenido múltiples efectos en diferentes instituciones y personas, aunque probablemente el más notable sea el haber desarrollado mi capacidad de predecir el futuro.
La primera vez que hablamos sobre este caso, con un grupo de amigos, recién se había conocido la sentencia de primera instancia, que acogía los argumentos de la demanda de Aproval en contra de NotCo, por competencia desleal. La mayor parte mis interlocutores, abogados de diferentes especialidades, fueron muy cautos al momento de exponer sus argumentos en contra y a favor de la sentencia, pero lapidarios ante mi temeraria afirmación de que, en el mediano y largo plazo, Aproval no solo perdería, sino que la industria lechera en su totalidad cambiaría radicalmente.
Desde el punto de vista legal, el caso es interesante y complejo en cada una de sus aristas actuales y posibles, desde los temas asociados a propiedad intelectual hasta la libre competencia, pasando por seguridad alimentaria, derechos del consumidor, publicidad engañosa y, por supuesto, competencia desleal. El fallo del tribunal de Valdivia, que acogió el argumento de Aproval, y declaró que NotCo estaría confundiendo a los consumidores, aprovechándose de la buena reputación de la leche (para luego denostar sin fundamentos), hacía que mi siguiente vaticinio fuera aún menos creíble. Por supuesto, predecir que el siguiente campo de batalla serían las normas de etiquetado, ámbito administrativo, técnico y de poco glamour, hacía evidente mi poco entendimiento sobre la importancia de lo que se discutía.
En enero de este año, Aproval sufrió un revés en la Corte de Apelaciones, restaurando un poco mi credibilidad; pero fue la ofensiva paralela, en sede legislativa, la que pareció darle un poco más de piso a mis dotes de oráculo. Ahí, en junio, un grupo de parlamentarios presentó un proyecto de ley al Congreso, que busca regular las foodtech. El objetivo de la legislación: Prohibir la promoción de cualquier producto vegetal de origen sintético, con imágenes de productos derivados de la crianza animal. Todo esto, por supuesto, en aras del bienestar del consumidor, que tiene que ser capaz de distinguir entre el "producto original" y "la copia o sucedáneo".
La sentencia de alzada fue recurrida a la Corte Suprema y el proyecto de ley se encuentra aún en sus fases iniciales. ¿Cómo saber cuál será el resultado final? Bueno, aunque adivinar el futuro es imposible, sí podemos consultar el pasado, y revisar la larga lista de innovaciones tecnológicas que han sido combatidas por los incumbentes respectivos, usando como argumento la competencia desleal, las normas de etiquetado, o ambas. "Competencia desleal" fue lo que clamó la industria del gas, cuando los desarrollos científicos y tecnológicos en electricidad permitieron su uso en el alumbrado público. Argumento similar usaron los criadores de caballo, cuando se introdujo el tractor en los campos; y la industria del telégrafo, ante la llegada del teléfono. La ciencia también le jugó una mala pasada a la industria láctea, al crear la "mantequilla artificial" o, como se le conoció más tarde, margarina, como una fuente más asequible de calorías para las crecientes masas urbanas de comienzos del siglo XX. En este caso no solo se apeló a las normas de competencia desleal, sino que se lograron implantar leyes y normas de etiquetado, que incluso obligaron en algunos lugares a teñir la margarina de otro color, a fin de "no confundir al consumidor".
Quizás el ejemplo más pertinente para mi predicción del futuro es el de la industria de la refrigeración, cuyo concepto nos evoca el electrodoméstico que tenemos en casa, las góndolas refrigeradas de los supermercados, o quizás los grandes refrigeradores industriales. Sin embargo, a mediados del 1800, la "industria de la refrigeración" hacía referencia a una larga cadena de personas y organizaciones, que comenzaba con la extracción y corte de hielo de glaciares o lagos congelados, su mezcla con sal o paja para mejor durabilidad durante su transporte, sobre mulas y carruajes, hasta el tren o, en algunos casos, algún puerto, donde eran despachados por barco hacia otros continentes, hasta llegar al cliente final. Cuando hoy hablamos de la industria de la refrigeración, imaginar un glaciar cortado en trozos es tan disparatado como lo será la imagen de una vaca, cuando en dos décadas más, nos refiramos a la industria de la leche.
El conflicto real, por supuesto, no tiene que ver con la competencia desleal ni mucho menos con las normas de etiquetado, que más bien parecen subterfugios para preservar los intereses de los incumbentes respectivos y evitar la conversación de fondo: Cómo la ciencia puede transformar de manera radical una industria, con todos los costos y beneficios que ello acarrea, económicos, sociales y políticos. Nuestros legisladores, que al parecer ignoran aquel viejo dicho de que "aquellos que no conocen la historia, están condenados a repetirla", desperdician la oportunidad que este caso brinda para propiciar un diálogo de fondo, que incorpore la visión de todos los afectados por la transformación que viene, y nos permita encauzar e idealmente impulsar la innovación basada en ciencia.
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