Al conmemorar este 23 de junio un nuevo Día Internacional de la Mujer en la Ingeniería, nos parece esencial reconocer los valiosos aportes de estas profesionales a lo largo de la historia y, al mismo tiempo, reflexionar sobre los desafíos que aún enfrentamos para alcanzar una participación plena y equitativa en esta estratégica disciplina. Especialmente, si se considera que las mujeres aún representan sólo entre 20% y 30% de las matrículas en carreras STEM y poco más del 20% en las profesiones ligadas a ingenierías. En ámbitos más masculinizados como la minería, por ejemplo, el porcentaje disminuye a casi el 15%. Es decir, esta desigualdad estructural no se limita sólo al ingreso a la universidad, sino que se mantiene a lo largo del ciclo formativo y laboral.
Comparadas con décadas anteriores, se trata de cifras que -a pesar de todo- van en aumento. Pero claramente resultan aún insuficientes. Por eso, desde las universidades estatales hemos reafirmado nuestro compromiso con una educación superior inclusiva, en que todas las identidades puedan desarrollar su vocación sin barreras ni estereotipos de género.
Así, ante la gran pregunta de cómo revertir las brechas deben considerarse, al menos, cuatro aspectos muy concretos: corresponsabilidad, conciliación y apoyo a la maternidad; participación de mujeres en la academia; vinculación con la formación inicial de niñas y jóvenes; y generar políticas públicas con metas medibles y en constante seguimiento.
Sobre el primer punto, es imprescindible la puesta en marcha de políticas que faciliten el equilibrio entre vida profesional y personal, como horarios flexibles, licencias equitativas y servicios de cuidado infantil. En cuanto a la participación de las mujeres, debemos seguir incorporando acciones afirmativas en la academia que amplíen las oportunidades de acceso de mujeres en las carreras de ingeniería, así como visibilizar el aporte histórico y actual de mujeres científicas e ingenieras en los contenidos curriculares, bibliografía y en espacios docentes.
En cuanto a la vinculación con la formación escolar, impulsar decididamente acciones que aborden las brechas de género en la enseñanza y en el aprendizaje, para atender tempranamente la errada percepción de que las niñas y las jóvenes tienen menores habilidades y competencias para las matemáticas, así podremos reducir ese ampliamente conocido estereotipo de género. Además, podemos establecer alianzas con centros educativos para fomentar desde etapas tempranas la vocación científica y tecnológica en niñas, con modelos femeninos cercanos y reales, que los hay cada vez más, a pesar de todo. Finalmente, estos aspectos deben estar considerados en políticas públicas que puedan ser consultadas y evaluadas permanentemente, estableciendo objetivos institucionales claros como el aumento en el porcentaje de mujeres en carreras STEM y mejorar la presencia en espacios de trabajo ligados a esas áreas.
La inserción laboral es la otra fase por considerar. Las mujeres tienen una tasa de participación laboral cercano al 53%, frente al 90% en hombres. Muchos de esos empleos son a tiempo parcial debido a la falta de políticas de conciliación. La desigualdad se manifiesta no sólo en el acceso, sino que también en las condiciones de trabajo.
Por ello, saludo con especial reconocimiento a nuestras estudiantes, académicas e investigadoras, animándolas a seguir avanzando con determinación. Las comunidades universitarias debemos construir entornos igualitarios, respetuosos y enriquecidos por la inclusión y la diversidad.
Como ingeniera y primera mujer reelecta rectora en la historia de las universidades públicas chilenas, reafirmó el compromiso de abrir más caminos para que más mujeres estudien, se desarrollen profesionalmente. Porque ciencia, tecnología e ingeniería con mujeres son mejores disciplinas. Más humanas, más creativas, más justas y mejor preparadas para construir un futuro sostenible para todas y todos.
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