No sucedió en Navidad. Pero tuvo consecuencias para las navidades siguientes. La noche del 22 de octubre de 1707 fue tranquila en la mayor parte del planeta, salvo en el suroeste de Inglaterra. Esa jornada, una flota de 4 navíos británicos encalló en las Islas Sorlingas, en el Canal de la Mancha, dejando más de 1.400 víctimas. Un desastre naval sin precedentes que no sólo tendría consecuencias en las futuras técnicas de navegación, sino también en las futuras técnicas decorativas navideñas.
La investigación del desastre de las Islas Sorlingas determinó que su causa principal fue la falta de precisión en la determinación de la longitud, es decir, la posición de las naves en la dirección este-oeste. Como resultado, el Parlamento inglés estableció, en 1714, una recompensa en dinero de hasta 20 mil libras para quien resolviera el problema, creando una "Comisión de Longitud" para decidir al respecto.
Se sabía entonces que una solución al problema vendría de la determinación precisa del tiempo, comparando la hora local en la posición de la nave, con la hora en un sitio de referencia en tierra firme. Sin embargo, y a pesar de la consternación causada, más de 20 años pasaron hasta que John Harrison, prestigioso relojero, decidió participar por el premio, obligando a la comisión a reunirse por primera vez desde su creación para estudiar su propuesta.
John Harrison ya había desarrollado diversas innovaciones en los mecanismos de relojería, logrando algunos de los relojes más precisos de su época. Decidido, realizó en total cinco diseños para navegación. Algunos de ellos, que aún funcionan, están en el Observatorio de Greenwich, que alberga un museo dedicado a los detalles de esta proeza técnica. Pero para la historia navideña que nos convoca, nos interesa el tercer diseño de Harrison, terminado en 1759, tras 17 años de trabajo.
Una componente clave de los relojes de Harrison era el resorte regulador, una espiral o hélice metálica que, bajo tensión, oscila con una frecuencia bien determinada y permite al reloj marcar el tiempo correctamente. La idea era centenaria, pero el problema de la longitud demandaba eliminar toda fuente de error. Y una de ellas era el efecto de la temperatura.
En efecto, los metales se expanden al calentarse y se contraen al enfriarse, lo cual se puede representar con el denominado coeficiente de dilatación térmica. Mientras mayor sea, mayor es el cambio de longitud del material cuando se modifica su temperatura. Así, al calentarse el resorte regulador, se desenrolla, cambiando su frecuencia y la marcha del reloj.
John Harrison, entonces, introdujo la lámina bimetálica: dos láminas de metales diferentes (bronce y acero, en su caso) y adheridas entre sí. Como el coeficiente de dilatación del bronce es mayor, al calentar la lámina el lado del bronce se expande más que el del acero; pero como están adheridas, la lámina se curva hacia el lado del acero. Al enfriarse, sucede lo opuesto, y se curva hacia el lado del bronce. Entonces, una espiral con una lámina normal trataría de desenrollarse al dilatarse; pero hecha con una lámina bimetálica, la curvatura que adquiere por ser bimetálica puede compensar dicho desenrollamiento. Al final, la espiral no se desenrolla, y el reloj no se atrasa ni se adelanta.
Nada hacía presagiar lo lejos que llegaría la idea de John Harrison. Por ejemplo, imaginemos una lámina metálica sobre un contacto eléctrico, de modo que si lo toca hay conducción de electricidad. Pero si es bimetálica la podemos colocar de modo que cuando la temperatura suba, se curve alejándose del contacto eléctrico. ¡Podemos controlar el paso de corriente mediante la temperatura! Más aún: cuando una corriente pasa por un metal éste se calentará, pues los electrones que circulan chocan con los átomos del metal. Si usamos el invento de Harrison, una corriente eléctrica calienta la lámina, y luego se curvará, separándose del contacto.
Ahora tenemos lo necesario para nuestra decoración navideña: colocamos muchas luces en serie, pero la primera tiene además una lámina bimetálica: enchufamos, la corriente empieza a circular, las luces se encienden. La lámina se calienta, se despega de su contacto y la corriente se interrumpe. Las luces se apagan, se enfría la lámina, y vuelve a su posición original, las luces se encienden. Hemos creado las luces intermitentes :-)
A John Harrison se le reconoce con justicia como inventor del reloj marítimo. En cuanto a su lámina bimetálica, ha integrado numerosos inventos posteriores: termostatos para mantener la temperatura de recintos cerrados, termómetros, señalizadores intermitentes para automóviles, y bueno, luces de Navidad. Lúdico e irónico resultado del horror que puso en movimiento los engranajes de esta historia. El progreso ha continuado y, sin embargo, hoy tenemos luces que pueden cambiar su secuencia de intermitencia gracias a circuitos integrados y la tecnología computarizada actual. Otra historia fascinante. Pero mejor la dejamos para otro cuento de Navidad.
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