Terremoto Valparaíso 1985: ¿qué hemos aprendido?

Al cumplirse 40 años del terremoto ocurrido en la tarde del domingo 3 de marzo de 1985, corresponde la pregunta: ¿qué hemos aprendido para la reducción del riesgo e impacto de los terremotos como país, como instituciones y como sociedad?

Una de las cuestiones más importantes a destacar son los aprendizajes y avances que hemos alcanzado desde el punto de vista científico y tecnológico. La evolución de la institucionalidad y gobernanza del riesgo en Chile, podrá ser parte de otra reflexión por algún experto en esas materias. Vamos por parte y comencemos con el conocimiento científico.

El terremoto del 3 de marzo de 1985 fue comprendido en el marco de una teoría sismológica nacida a comienzos de los años 80, llamada modelo del "terremoto característico". Proponía determinar la amenaza sísmica en las regiones activas del mundo basado en datos locales de cada región (catálogos de eventos y registros históricos), y en conocimientos científicos e ideas dominantes de esos años. La zona Central de Chile contaba con un excelente registro histórico de terremotos, lo que había llamado la atención de los sismólogos por la sorprendente regularidad de los intervalos -de casi 80 años- que mostraba la secuencia de sus grandes terremotos (M~8), descritos al menos desde 1541 con la llegada de los españoles: terremotos de 1575, 1647, 1730, 1822, y 1906.

El terremoto de 1985 pareció validar este modelo y entre la comunidad de ingenieros y científicos surgió la expectativa de contar al fin con una herramienta de análisis del peligro sísmico en el territorio. Sin embargo, la validez de toda teoría científica (modelo), debe ser capaz de explicar los fenómenos observados, hacer predicciones verificables y resistir las pruebas diseñadas para refutarla (intentos de falsificación). Así, para terremotos con epicentro costero que ocurren en el contexto de la subducción andina de Chile Central, este modelo quedó pronto desahuciado: por un lado, el devastador terremoto de 1647 conocido como "Nuestro Señor de Mayo", la mayor catástrofe en la historia colonial de Chile Central, habría ocurrido al interior del continente, con su epicentro lejos de la costa de acuerdo a rigurosos estudios realizados por científicos nacionales, entre ellos Marcos Cisternas, rompiendo así la aparente "regularidad" de la secuencia y la consistencia empírica requerida del modelo; por otro lado, en la secuencia histórica de grandes terremotos habían algunos demasiado enormes y esto planteaba serios problemas físicos en los análisis. Pero ocurrió algo crítico adicional, el evento M8.8 del 27F del 2010 y el M9.1 de Japón del 2011, terminaron por zanjar un debate científico que se había iniciado a raíz de los gigantescos terremotos tsunamigénicos de subducción (capaces de generar tsunamis devastadores), el M9.5 del año 1960 en Valdivia - Chile, el M9.3 del año 1964 en Alaska - USA, y el M9.2 del año 2004 en Sumatra – Indonesia, confirmando que en ciertas zonas de subducción en el mundo se pueden producir una nueva categoría de terremotos, los megaterremotos tsunamigénicos con M >8.5.

Este nuevo antecedente hace 10 años cambió drásticamente el eje de la reflexión científica sobre los modelos sísmicos e hizo definitivamente inconsistente la pretendida "recurrencia sísmica" de los años 80 para Chile Central. El conocimiento actual indica que existen zonas de subducción donde ocurren estos megaterremotos, los especialistas las identifican como zonas de subducción "altamente acopladas", cuyos tiempos de "retorno" son del orden o mayores a 300 años. La zona Central de Chile sería una de éstas. Los grandes eventos de M~8, que se manifiestan dentro del intervalo de tiempo entre megaterremotos, liberan sólo una fracción de la enorme energía sísmica acumulada por el movimiento de placas. El consenso actual de la comunidad científica señala que el último megaterremoto en Chile Central correspondería al ocurrido el año 1730. Para formarnos una idea, la energía sísmica liberada por un megaterremoto de M~9.5 correspondería aproximadamente a la energía sísmica liberada por unos 180 terremotos similares al del 3 de marzo de 1985.

Bien, ¿y qué hacemos con este conocimiento ahora? Pues abordar con estos nuevos antecedentes, datos y evidencia científica, la estimación del Peligro Sísmico, información clave para la gestión territorial. Esta tarea fue encomendada el año 2024 por SENAPRED al Centro Sismológico Nacional (CSN) de la Universidad de Chile.

Ahora sobre los aprendizajes y avances tecnológicos a 40 años del terremoto de 1985. A inicios de los años 90 del siglo pasado las tecnologías satelitales comenzaron a ser fuertemente utilizadas para analizar y estudiar la ocurrencia de terremotos. Chile fue uno de los primeros laboratorios naturales en el mundo donde se comenzó a experimentar con mediciones de instrumentos en tierra y a bordo de satélites para comprender cómo se acumula y se libera la energía sísmica en zonas de subducción. Así, el terremoto M8.1 de 1995 en Antofagasta fue el primer gran terremoto de subducción a nivel mundial que logra ser estudiado completamente con una combinación de modernos instrumentos digitales en tierra y tecnologías satelitales. El proyecto fue impulsado por un equipo de investigadores de los laboratorios de sismología del Institut de Physique du Globe de Paris, Francia y de Geofísica la Universidad de Chile. Sus resultados fueron sorprendentes, únicos y reveladores del enorme potencial de estas nuevas tecnologías, logrando capturar mediciones clave que permitieron observar detalles del proceso físico de un terremoto antes, durante y después de ocurrido el sismo. Se logró así avanzar científicamente en la comprensión del tipo de señales a medir durante la etapa previa a la ocurrencia de un terremoto. Poco después, con las mismas técnicas satelitales y mediciones en tierra, a fines del siglo pasado, se instalaron instrumentos similares en la zona Constitución-Concepción que permitió medir e identificar con antelación la preparación del megaterremoto M8.8 del 2010 en el Centro Sur del país. Este fue un avance importante a nivel internacional y permitió a la ciencia incorporar definitivamente las tecnologías satelitales en la identificación y caracterización de las geoamenazas.

En la sismología y en todas las disciplinas, hemos transitado definitivamente hacia lo digital, y actualmente contamos con una red sismológica moderna que, además de proporcionar a las autoridades información técnica rápida y oportuna durante una crisis sísmica, podemos ahora avanzar en ampliar el acceso y disponibilidad de estos datos en Chile para abordar de la mejor manera el desafío del uso y aplicación de la inteligencia artificial en las geociencias. Aquí tenemos una enorme oportunidad que debiéramos saber aprovechar.

Estas innovaciones continúan su desarrollo y se abren paso al futuro. Los datos satelitales, validados y calibrados en tierra, contribuyen sustantivamente a la generación de conocimientos en geociencias. Se avanza, de esta manera, hacia la posibilidad de contar con observatorios multiparámetros en este rincón del globo, orientados a la captura de datos geofísicos únicos con impacto a escala mundial, lo que llamamos G-DATA.

La capacidad de generar información y conocimiento a partir de los datos es una preocupación pública de la ciudadanía cada vez más interesada en conocer lo que ocurre en los territorios que habita. La inquietud por habitar el planeta de manera respetuosa e informada es cada vez más urgente, en medio de los efectos del cambio climático y los recurrentes desastres socio naturales.

En cuatro décadas, hemos aprendido también que el abordaje que requieren las catástrofes y los fenómenos con los que nos sorprende la naturaleza es sistémico y multidisciplinario. La sismología, vulcanología o la meteorología, entre otras disciplinas, no bastan para comprender lo que ocurre en los desastres. El aporte de las ciencias sociales y otras disciplinas, así como las artes, son esenciales para la construcción de políticas de reducción del riesgo de desastres y contribuir al patrimonio material e inmaterial de los territorios, sin olvidar que estos episodios son parte de nuestra memoria y nuestra historia.

De esta manera, la palabra "colaboración" es un concepto que cruza y sintetiza estos aprendizajes. Es clave avanzar en la cooperación entre países, entre instituciones y organizaciones, entre las disciplinas y entre las personas. Esto requiere, en cualquier caso, un clima de confianza. Ése es otro gran aprendizaje. Hace 40 años, enfrentamos un terremoto en dictadura, en medio de un ambiente difícil, de mucho temor y desconfianzas. Un clima que hacía todo más complejo y que no queremos volver a vivir.

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