La principal sorpresa del resultado de la segunda vuelta presidencial es el rostro de "sorpresa" de muchos militantes o simpatizantes de la izquierda. Lo que verdaderamente sorprende es que existan sorprendidos. Y no se trata de una fe impenitente en los instrumentos de opinión pública, sino en lo que estos reflejaban.
¿Existía la posibilidad de un resultado diferente? La respuesta es negativa. Por una razón muy simple: las conductas de la izquierda, desde los homenajes explícitos o implícitos a la "tía Pikachú", el "dinosaurio" o la "primera línea" en la primera Convención Constitucional, hasta ciertas decisiones del Gobierno -que condenso en los indultos del estallido- generaron el clima y allanaron el camino para que la derecha represente hoy a cerca del 60% de la población.
No es solo una "crónica de una muerte anunciada", extraída de la lógica "pendular" que comienza con el caos del estallido y culmina con la necesidad de orden portaliano que representa José Antonio Kast, sino que -sobre todo- las fuerzas políticas de centroizquierda fueron incapaces de comprender el elemento central que subyace en esta decisión: las grandes mayorías siempre fueron mucho más universales que las causas identitarias que representó la coalición de Gobierno que termina su mandato el 11 de marzo de 2026.
Por esto, Jeannette Jara es la menos responsable de esta derrota. Ya en marzo o abril de este año, quienes planteaban que el triunfo de la derecha parecía inevitable por las condiciones estructurales de la disputa, fueron tildados de "derrotistas". Quizás lo fueron, pero el hecho es que no equivocaron el ojo.
Hoy comienza lo que bien podría calificarse como el vía crucis de la izquierda. Su posición como oposición al futuro gobierno de José Antonio Kast la encuentra en un estado de desorientación general: no ha logrado comprender el cambio de época, ni cómo se estructuran las preferencias electorales, y menos aún ofrecer respuestas universales a los problemas del país, enfocándose en soluciones a nichos o intereses particulares, generalmente minoritarios.
Esta disociación entre la izquierda y las demandas de la mayoría es un fenómeno que ha sido documentado. Chantal Mouffe, así como Wolfgang Streeck -sociólogos de renombre-, lo han puesto de manifiesto más de una vez. Enfocarse en una "política pospolítica", donde la confrontación se diluye en tecnocracia y en política cultural, descuidando el ámbito económico y social, es parte esencial del problema.
Será un camino largo, y para algunos, un calvario. Ni siquiera ese viejo e incauto consuelo de que el nuevo gobierno tendrá un estallido social 2.0, o que el pueblo se levantará de su letargo para impedir que las nuevas autoridades impulsen una agenda neoliberal y ultraconservadora, servirá para modificar la realidad. Existe la posibilidad, además, de que José Antonio Kast haga un buen gobierno -a los ojos de la mayoría-, al menos el primer año, con medidas efectistas y simbólicas. Ya debimos haber aprendido la lección de que, para modificar la realidad, hace falta mucho más que el deseo.
La ola que viene, por una cuestión de experiencia histórica, es un grito por sangre y autocríticas crudas y brutales. Es natural que las huestes, en episodios traumáticos como este, comprendan que no se puede seguir como si nada hubiese ocurrido. Algo de esto será necesario y útil, en la medida en que se haga con un genuino sentido de fondo, y no solo de forma cosmética para calmar los ánimos.
De las fuerzas políticas de la centro-izquierda, quien más lo requiere es el Socialismo Democrático, y particularmente el PS -que opera como ancla-, porque es el partido que tiene mayor densidad política y mejores posibilidades de incrementar su posición en el marco de la coalición que apoyó a Jeannette Jara, pero aún lejos de hacerse hegemónico sin un líder con proyección presidencial. Con líder incluido, lo demás vendrá por añadidura: un partido que se ubica en el centro de la izquierda, que recupera los universales y tiene vocación de mayoría. Esto, sin renunciar a sus principios y convicciones, pero sin eslóganes vacíos ni frases para nichos acotados.
El Frente Amplio y el Partido Comunista tienen elenco de sobra y comienzan esta travesía con una ventaja comparativa. De hecho, precisamente por ello, es que la noche del domingo 14 de diciembre, durmieron más tranquilos que otros. Los primeros con la seguridad de volver a La Moneda, y los segundos con la satisfacción de un resultado inédito y espectacular para ellos.
Con autocrítica o sin ella, el hecho es que la volatilidad de los tiempos -donde la tolerancia ciudadana es mínima y la gobernabilidad se transformó en una quimera- podría dar a la izquierda una nueva y prematura posibilidad de volver a La Moneda, terminado el ciclo que hoy comienza.
La izquierda tendrá que decidir si quiere seguir siendo eco estéril de un nicho, o el motor de una nueva mayoría, como lo fue en el pasado. El pueblo tendrá el orden que eligió, pero será responsable de las consecuencias colaterales de un gobierno ultraconservador. Esta vez, no le será aceptable que, cuando las cosas se pongan difíciles, pueda derramar, siquiera, una sola lágrima.
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