El verano es sinónimo de descanso, desconexión y la oportunidad de redescubrir lo que realmente importa. Para muchos, las vacaciones son el único momento del año en el que es posible detenerse, respirar y reflexionar. Este tiempo de pausa es especialmente valioso para quienes vivimos inmersos en el mundo académico, donde la docencia, la investigación, la administración y la vinculación con el medio suelen llenar cada minuto de nuestras agendas, dejando poco espacio para lo esencial: pensar.
La investigación científica requiere algo que parece cada vez más escaso en nuestra época: tiempo para reflexionar sin interrupciones. Es en esos momentos de calma donde nacen las ideas más innovadoras, se analizan los datos con mayor profundidad y se replantean problemas desde nuevas perspectivas. Sin embargo, en un mundo dominado por la inmediatez de los correos electrónicos y las redes sociales, la capacidad de concentrarse plenamente se ha convertido en un privilegio difícil de alcanzar.
Cada día, al levantarnos, programamos las cosas importantes en las que nos gustaría avanzar durante la jornada. Sin embargo, la constante exposición a notificaciones y demandas inmediatas afecta la calidad del trabajo académico. No se trata solo de responder a un mensaje o revisar un correo, sino de cómo estas pequeñas interrupciones fragmentan nuestra capacidad de atención, afectando nuestra creatividad y productividad. Como dice el dicho, lo urgente no deja tiempo para lo importante.
En este contexto, el verano se presenta como un llamado urgente a la desconexión. Pero no se trata únicamente de descansar, sino de aprovechar este tiempo para reenfocar nuestras energías y retomar el hábito de pensar con profundidad. Así como en la ciencia buscamos calidad sobre cantidad, nuestras mentes también requieren un enfoque similar: Priorizar lo valioso sobre lo innecesario. La ciencia de calidad no depende únicamente de producir más artículos, sino de garantizar que cada paso esté fundamentado en un análisis riguroso y que aporte una novedad significativa, capaz de contribuir tanto al avance del conocimiento científico como, por qué no, al bienestar de la sociedad. Del mismo modo, nuestra mente necesita espacios de calma para procesar ideas sin la presión constante de responder a estímulos inmediatos.
Las vacaciones son un excelente recordatorio de la importancia de esta práctica. Son un momento para alejarnos del ruido, redescubrir la riqueza del silencio y volver a conectar con lo que nos inspira. Y es que la ciencia de calidad no nace de estar constantemente ocupados, sino de esos instantes en los que nos permitimos detenernos, observar con atención y pensar profundamente.
Como director del Centro de Nanociencia y Nanotecnología (Cedenna) y decano de la Facultad de Ciencia de la Universidad de Santiago de Chile, estoy convencido de que el progreso científico no solo depende de la dedicación y el esfuerzo diario, sino también de la capacidad de generar espacios para la reflexión profunda. Promover una cultura académica que valore tanto el trabajo arduo como el pensamiento crítico y creativo es esencial para enfrentar los desafíos actuales de la ciencia y la tecnología.
Este verano, invito a todos, científicos o no, a desconectarse un poco y regalarse el tiempo para pensar. Quizás, en esos momentos de calma, encuentren las ideas que transformen nuestra manera de entender y construir el mundo, sembrando las bases para un futuro más prometedor y sostenible para las próximas generaciones.
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