El bosque de Karadima
Existe un texto, en este brillante filme de Matías Lira, que de alguna manera resume lo que estamos por visionar en los próximos 90 minutos y lo que de alguna manera ya poseemos en nuestra retina fruto del mediático caso.
Una vez que entras al bosque no podrás irte, le dice el pastor vestido de lobo a su presa perfecta, la joven oveja insegura que adolece de adolescencia.
Me arriesgaría a decir que estamos frente a un filme pesadillesco e hipnótico, como podría serlo tal vez un bosque laberíntico y claustrofóbico del que no podemos escapar y en el que todas las salidas nos regresan irremediablemente al ya conocido inicio.
Al ver por TV hace algunos años el testimonio de James Hamilton, en el que develaba su paso por la parroquia de Av. EL Bosque y su vínculo con Fernando Karadima alias El Santito, no pude dejar de pensar por varios días en lo que debe haber producido en tantos chilenos ese inolvidable momento de profunda, drástica y dolorosa verdad.
¿Qué existía detrás de esos ojos vidriosos, de esa voz madura trémula y valiente?¿Qué hay en la carne de este hombre quebrado, que admite frente a la cámara de TV, no tener mayor explicación para su resignada dependencia espiritual, psíquica y sexual hacia este otro hombre, este sacerdote santo, poderoso y perverso?
¿Qué hay detrás de los ojos del abusador y que habita oculto en el frágil corazón del abusado?
¿De qué están hechos los árboles de ese bosque que dejaron cautivo y encarcelado hasta estos días, a ese débil muchacho de los albores de los años 80?
¿Qué clase de energía terrorífica ejerce la iglesia sobre el imaginario colectivo, que convierte en tabú su denuncia y en grosería la acusación individual de sus pastores?
Esta valiente y robusta película posee la virtud de entregar respuesta a estas dudas y a la vez plantearnos muchísimas interrogantes más sobre la naturaleza humana, fuente inagotable de toda obra artística que se precie de tal.
Muchos esperarán que esta película desnude y termine por golpear una vez más a una alicaída Iglesia chilena históricamente politizada al extremo donde se ostenta la impunidad de no reconocer los errores y miserias espirituales con justas consecuencias legales. El filme lo hace de cierta manera, pero no es el fondo ni el norte que la guía.
Es difícil hablar de esta obra de cine, es difícil hablar de la dirección, solo decir que es precisa, arriesgada y notable. Matías Lira sabe muy bien de lo que está hablando; el Caso Karadima y los casos de pedofilia en la iglesia, para el director no son más que un gran pretexto para abrirnos los ojos hacia la trastienda de un frágil mundo animal vasto e insondable.
Es difícil también hablar de actuaciones ya que el dolor humano aquí no se actúa, se respira se huele y se palpa, me es muy difícil separar a los actores de los personajes reales de esta historia
ficción versus la profunda verdad y realidad. Me cuesta hablar de un guión que nos hace viajar no solo 30 años en el tiempo cronológico sino también instantes, segundos, minutos y horas en el tic tac del reloj fracturado que ambos protagonistas albergan aferrado a sus entrañas.
No se puede hablar de las actuaciones protagónicas de Benjamín Vicuña y de Luis Gneco ya que ellos no están actuando, ellos simplemente están sintiendo y viviendo
están haciendo carne lo que se verá plasmado en la pantalla de cine.
La textura lumínica del filme es un aspecto importantísimo de destacar, Joan Littin es capaz de retratar la hipnosis atmosférica de la historia que se nos relata, nos desenfoca y nos pone a foco jugando con nuestros sentidos cual si fuese una lente ebria, perdida convaleciente de vértigo. Nos hace sentir testigos voyeristas y a ratos nos deja semi - ciegos tratando ver momentos prohibidos.
Este es sin duda el cine que nuestro país se merece, un cine de riesgo, complejo, un cine actual, latente, un cine que nos retrata en los actos de otros
esos otros que solo en apariencia nos resultan diferentes.
Todos podemos llevar ocultos en la carne un lobo y una oveja, no hay que conocer demasiado el mundo en que vivimos para darnos cuenta que muchas veces hay que meterse en el fango maloliente para aprender el camino más corto que nos llevará a la salida del bosque.
PD: reserve con tiempo su entrada, felizmente las salas se repletan. ¡Viva el cine chileno!
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