La alegría de los indignados

Por esas cosas de la vida, mañana coincidirán en Santiago de Chile dos convocatorias muy distintas: una es la Marcha por la alegría de ser católicos, y la otra es la Marcha mundial de los indignados, las que tendrán cita en el centro de la ciudad, casi en el mismo punto y sólo con algunas horas de diferencia.

Si llegan a sus manos, notarán que las convocatorias para ambos acontecimientos son literalmente muy distintas.

La primera invita a un momento de oración, cantos, rezos de rosario, de encuentro entre católicos en tiempos difíciles para la Iglesia, de recibir el apoyo de obispos y autoridades.

La segunda, por su parte, hace la invitación a manifestarse para dejar de ver y sufrir injusticias que lamentablemente se han institucionalizado en nuestra sociedad, tal como se ha podido constatar en la enorme brecha en el acceso a educación y salud de calidad en nuestro país.

Y es que la usura resulta indignante para gran parte de la población, la que se siente llamada a luchar por un mundo más justo para todas y todos.

En el marco de las convocatorias citadas, hace sentido rescatar las palabras de la ciudadanía, respecto de la confianza que se deposita en las instituciones en nuestro país.

En este punto, la recientemente socializada Encuesta Nacional de la Universidad Diego Portales, arroja cifras claras:

La totalidad de las instituciones sufre bajas considerables en sus índices de confiabilidad, siendo la Iglesia Católica la más afectada con una caída de más de un 18% en este punto.

Es en este contexto que se suscita la pregunta por los motivos de esa enorme baja: ¿será por los conocidos casos de encubrimiento a los abusos sexuales y de poder realizados por sacerdotes o habrá elementos de fondo que la ciudadanía ha comenzado a percibir como inaceptables dentro de la Iglesia (y a las iglesias)?

Las cifras que arrojan las encuestas son el síntoma de una profunda crisis, por lo que debemos acostumbrarnos a no dejar que sus “datos duros” nos limiten a desarrollar una reflexión superficial sobre los fenómenos sociales que nos aquejan, los que poseen su propia radicalidad.

Los números podrán llamar nuestra atención, pero no podemos transformarlos en nuestro indicador primero y último de la realidad que nos rodea, tal como parece acostumbrar el gobierno actual.

La ciudadanía de a pie considera que las Iglesias - en especial la Católica- han dejado mucho que desear en el último tiempo y que se les ve muy alejadas de la realidad.

Si bien existen en la Iglesia discursos como el del Arzobispo Ezzati que titulan de “escandalosa desigualdad” la fragmentación social en la que viven los chilenos, es preciso hacer gestos concretos de trabajar por remediarlo.

Si algo nos indigna, no podemos quedarnos en el ámbito del mero discurso y de las cifras esperando cambiarlo: debemos actuar con determinación en pos de la justicia social.

Ante un sistema educacional de pésima calidad y que hace años viene “robando a dos manos” a muchos chilenos, las Iglesias han permanecido en un cómplice silencio de este hecho “escandaloso”, y esto es porque conforman prácticamente el 70% de los sostenedores tanto a nivel básico-medio como universitario en nuestro país.

Claramente, esto se tradujo en la pomposa declaración de las mejores intenciones respecto de la justicia en la educación, mas no hubo aporte alguno a nivel de gestos concretos, de propuestas de solución al problema que hoy aqueja a Chile.

Recapitulo.

Este sábado habrán dos convocatorias: una expresará “la alegría de ser católicos” mediante variados ritos, y la otra congregará a aquellos “necios” (al modo de Jesús, el torturado-crucificado-resucitado) que buscan una tierra más humana en solidaridad con los excluidos de siempre.

Esta ya naturalizada oposición no debe dejar de asombrarnos, para preguntarnos qué significa realmente ser cristianos en nuestra sociedad.

Para terminar, una pequeña anécdota muy ilustradora respecto de la reflexión que he querido presentar:

Hace un tiempo entrevistaron a Don Samuel Ruiz (obispo mexicano del estado de Chiapas recientemente fallecido). La periodista le habló durante mucho rato de la situación de Chiapas, de lo que sufría el pueblo chiapaneco, de la injusticia y de cómo el pueblo indígena se organizaba para transformar la realidad.

En un momento la periodista le dice: “muy bien Don Samuel ahora hablemos de la Iglesia”, a lo que Don Samuel le responde con la típica picardía mexicana: “¿Cómo no hemos estado hablando de ella todo este rato?”  “No - le dice la periodista - sino que hemos estado hablando del movimiento social en Chiapas”.

Don Samuel la mira con ternura y le dice: “Bueno eso es precisamente, lo que le pasa al pueblo más pobre, le pasa a la Iglesia. Sólo cuando nos unimos para transformar las situaciones de injusticia que hay en el mundo es cuando somos realmente seguidores de Jesús y de su evangelio que es buenas noticias para los pobres y humillados, que es liberación para los insignificantes”.

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