El reciente informe del Ministerio Público sobre secuestros en Chile confirma un fenómeno delictivo en franca expansión que exige atención inmediata. Entre 2014, con 360 casos, y 2024, con 868, el incremento ha sido de 141%. A ello se suman hechos recientes que conmocionan a la opinión pública, como el secuestro de don Rodrigo Cantergiani en Quilicura, atribuido a la banda criminal "Los Pulpos". Lo que antes era un delito esporádico hoy se consolida como una práctica estructural del crimen organizado, articulada a redes nacionales e internacionales que operan con violencia extrema, planificación logística y métodos de intimidación cada vez más sofisticados.
El informe distingue distintas modalidades: ajustes de cuentas entre bandas rivales, secuestros extorsivos para obtener rescates, y acciones como mecanismo de presión en disputas territoriales o por el control de mercados ilícitos. En la mayoría de los casos, los autores forman parte de organizaciones criminales jerárquicas y consolidadas, muchas con vínculos operativos y financieros en el extranjero.
En regiones que ya enfrentan altos índices de violencia y terrorismo, como La Araucanía, la irrupción de este delito eleva los riesgos para la seguridad pública y profundiza la sensación de vulnerabilidad ciudadana. El secuestro no solo amenaza la vida y la libertad, sino que erosiona la confianza en la capacidad del Estado para garantizar el orden y la justicia.
Los desafíos que plantea esta realidad son múltiples. Es urgente fortalecer las capacidades investigativas y de inteligencia de las policías, dotar al Ministerio Público de más recursos humanos, tecnológicos y de análisis, y robustecer la coordinación interinstitucional, incluyendo mecanismos efectivos de cooperación internacional. También se requiere una política migratoria rigurosa, que permita detectar y expulsar con rapidez a delincuentes extranjeros vinculados con este tipo de delitos.
El secuestro no puede normalizarse ni quedar impune. La protección de la vida y la libertad debe ser una prioridad irrenunciable. Chile necesita una estrategia integral y sostenida, capaz de desarticular a las bandas, reducir su poder territorial y evitar que este delito se convierta en una herramienta instalada dentro del repertorio operativo del crimen organizado.
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