Un nuevo pacto laboral se construye con competencias transversales

En las últimas semanas hemos recibido noticias alentadoras para la economía chilena. Las proyecciones del Banco Central sitúan el crecimiento para 2025 en torno al 2,6% o más, reflejando un mayor dinamismo económico. A lo que debemos sumar la tendencia sostenida a la baja de la inflación, que nos acerca a la meta del 3%, y esto, en un contexto en que Chile es destacado por la OCDE como el país miembro con mayor crecimiento de ingresos reales en el último trimestre. En definitiva, estas cifras muestran que, aunque siempre hay espacio para mejorar, el país está retomando el camino del crecimiento.

En contraste y de forma paradójica, desde el lado del empleo el panorama se vuelve menos alentador. En los números agregados se evidencia una nula creación neta de empleos en el último año, con tasas de desocupación que resultan preocupantes, donde los jóvenes y las mujeres siguen siendo, desde hace años, los grupos más afectados.

Indudable que bajo esta encrucijada, el tema del empleo y del crecimiento haya entrado de lleno al debate político y electoral. Es por ello que vale la pena preguntarse ¿realmente no se están generando nuevos puestos de trabajo? Un análisis por sectores productivos revela una realidad más matizada. Mientras en áreas como la construcción, el comercio o el transporte y bodegaje se pierden puestos, en otras -como salud, educación, minería o telecomunicaciones- se observa un incremento en las contrataciones. Estos cambios responden, en gran medida, a transformaciones tecnológicas y demográficas, así como a la transición hacia una economía más sostenible y baja en emisiones.

Sin lugar a dudas, el gran desafío de nuestro mercado laboral -que suele moverse con cierto desfase respecto de otros indicadores económicos- es generar más puestos de trabajo y más oportunidades para las personas. Pero debemos ser claros: esos empleos no necesariamente surgirán en los sectores que tradicionalmente han concentrado la oferta laboral. Ahí radica uno de los retos más importantes para la sociedad y el Estado: identificar con anticipación cuáles serán las competencias necesarias a futuro, para evitar formar personas con habilidades que el mercado ya no demandará o con una especialización tan estrecha que, ante cambios cada vez más acelerados, terminen quedando fuera.

Estudios recientes en la Educación Media Técnico Profesional y sectores productivos estratégicos, confirman que las competencias transversales -como el pensamiento crítico, la comunicación efectiva, la adaptabilidad, la colaboración y la capacidad de aprender a aprender- se han vuelto determinantes para la empleabilidad. No solo son más valoradas que las técnicas en los procesos de contratación, sino que también son transferibles entre distintas ocupaciones y sectores, lo que las hace menos vulnerables a la obsolescencia en un mercado laboral marcado por la robotización, la digitalización y la transición ecológica. Incorporarlas de forma sistemática en la formación, desde la etapa escolar y a lo largo de toda la vida laboral, es clave para cerrar brechas históricas que afectan especialmente a jóvenes y mujeres, y para preparar a la fuerza laboral frente a un futuro donde los cambios serán la constante.

En este escenario, el Estado tiene un rol insustituible. No se trata únicamente de diseñar políticas para fomentar el empleo, se debe construir un nuevo pacto laboral para una economía en transición, donde el crecimiento vaya de la mano con trabajos dignos, sostenibles y accesibles, donde la inversión se destine en formación y reconversión laboral, así como en sistemas de protección modernos.

Es imperativo que no olvidemos, que bajo este manto de cifras, proyecciones y promesas electorales, hay una familia que con empleo mira el futuro con mayor optimismo, y detrás de cada persona que busca trabajo sin éxito hay un núcleo familiar que enfrenta incertidumbre.

La pregunta de fondo es ineludible: ¿Qué tipo de crecimiento queremos y, sobre todo, para quién? Si queremos que el crecimiento vuelva a tener un correlato social, debemos asumir que ya no basta con producir más: hay que producir mejor, con inclusión y con sentido de futuro y donde las competencias transversales serán claves para la mejor adaptabilidad de las personas a estos contextos.

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