El Gobierno de Sebastián Piñera, ante la grave crisis social y política que azota la nación, ha planteado que dará paso a un proceso de diálogo con la ciudadanía y ha intentado subirse al carro de los Cabildos que vienen desarrollándose, en las comunas, desde los primeros días del estallido social. Pretenden que los Alcaldes juguemos un rol relevante, lo que solo será posible si el gobierno aclara de manera definitiva, cuáles son sus verdaderas intenciones.
Planteo esto, porque si bien es un cambio que pudiera considerarse positivo, el régimen debe aclarar si es una iniciativa que busca, de verdad, sistematizar el descontento para darle curso a lo que la mayoría pide a gritos, que es un cambio constitucional con participación de la sociedad, o es simplemente una jugada táctica para desmovilizar a los manifestantes y meterlos, una vez más, en un proceso de catarsis que permitirá escuchar al pueblo, con el objeto de priorizar su Agenda Social, pero que claramente no conducirá a nada y solo le permitirá ganar tiempo y lograr su objetivo primordial que es no tocar el modelo.
La duda es razonable. Nadie puede olvidar que en la Administración anterior se dio inicio a un proceso Constituyente que, en su primera fase, consideraba Cabildos Populares, que con una participación bastante importante, logró sistematizar y ordenar los acuerdos básicos de aquella parte de la sociedad que decidió participar, lo que terminó con una propuesta de Nueva Constitución enviada al Congreso, en los últimos días del gobierno de Bachelet, lo que Piñera desechó.
Tampoco podemos olvidar que la amplia mayoría de los partidos de derecha, que sustentan la administración Piñera, se restó de participar en el proceso por considerar innecesario el cambio constitucional y que a pesar de ser el proceso más participativo que se haya considerado en la historia de Chile, guardó los resultados en un cajón con el discurso de que la ciudadanía estaba feliz con el modelo y que solo esperaba algunas correcciones menores, para hacer de este Oasis en el que vivía el mandatario y sus cercanos, algo aún mejor de lo que ya era.
Claramente ese discurso chocó con la cruda realidad y los manifestantes se demoraron solo una semana en transformar el Oasis del Presidente en un espejismo. Surgieron demandas de todos los sectores sin excepción y el modelo se resquebrajó, desde mi perspectiva, sin posibilidad de resistir más medidas parches.
Junto con el modelo se resquebrajaron los discursos de académicos y de politólogos de derecha y algunos supuestamente de izquierdas, que habían estado 30 años hablando del modelo chileno y sus virtudes internacionalmente reconocidas.
Por lo mismo es importante que el Ejecutivo, que ha tratado de subirse por atrás a un movimiento que consideró como el enemigo interno en un principio, para tratar de comenzar a conducirlo, explicite si sus intenciones son, verdaderamente generar un proceso de participación vinculante, lo que se reconoce solo como una opción, o si apostará, como escribí al principio de esta columna, a ganar tiempo, para intentar terminar el mandato del peor gobierno de la historia, con lo poco que les pueda quedar.
Esta segunda opción es sumamente riesgosa no solo para el actual régimen, sino también para quienes pretendan legitimar esta estrategia llamando a un diálogo que no parece ser real, solo con el afán de construir una nueva salida “desde arriba”, lo que claramente generará más desconfianza, más frustración y seguramente un nuevo estallido social en algún tiempo más.
No tengo duda de que si esa es la opción, un conjunto importante de Alcaldes y Alcaldesas, simplemente no estaremos disponibles.
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