Recuerdo el proceso previo al plebiscito del 5 de octubre de 1988, hace ya 32 años.
Fue un periodo de intensa movilización social, principalmente a través de la Asamblea de la Civilidad y el Comité por las Elecciones Libres, periodo de lucha, de temores y de esperanzas en que, junto a muchos otros, mantuvimos la convicción de que era posible transitar de la dictadura a la democracia a través de la movilización pacífica, de la no violencia activa, y que Chile no merecía continuar con el enfrentamiento entre hermanos y con mayor derramamiento de sangre.
El día mismo del Plebiscito, me tocó acompañar a veedores internacionales y compartir con ellos los primeros resultados favorables al NO en lo que es hoy la comuna de San Pedro de la Paz. La noche fue de abrazos familiares intensos.
Al día siguiente, nos fuimos en familia a la Plaza de Armas de nuestra Concepción para ese gran y hermoso reencuentro cívico en que nos abrazamos con compatriotas que no conocíamos con una alegría infinita. Era un verdadero carnaval.
Tenía conciencia que éramos parte de una gesta histórica, que el camino estaba despejado, aunque no exento de riesgos.
Recordar el triunfo del NO es también ocasión de valorar el Chile diverso de las regiones y la hermosa contribución que miles de compatriotas hicieron a lo largo y ancho de nuestro territorio a la defensa de los derechos humanos y a la recuperación de la democracia. Reflexión pertinente si cada vez que se recuerda esta gesta se hace como si todo pasó y se decidió en Santiago.
Se consiguió la más amplia unidad de los sectores democráticos y de oposición a la dictadura y eso hizo posible el triunfo, sumando incluso aquellos que inicialmente postulaban otros caminos y desconfiaban de este proceso.
Hoy tenemos la misma oportunidad de cerrar finalmente un periodo de la historia de la Patria que nació del terror de una dictadura, que cercenó 17 años de las que debían ser las mejores etapas de la vida de millones como nosotros y al que un Chile distinto: que no quiere más abusos, corrupción, discriminación ni exclusiones, nos invita a votar en otro Plebiscito para echar las bases de una nueva sociedad, de una nueva manera de relacionarnos en comunidad y sin exclusiones entre todos los habitantes de esta tierra, incluidos los pueblos indígenas y los inmigrantes.
Igual que ayer, quienes criticaron este camino y se marginaron en la primera hora, han terminado por reconocer la legitimidad de este proceso y se han incorporado. En hora buena, Chile necesita una victoria aplastante del Apruebo y de la Comisión Constitucional como el camino para el reencuentro en la Casa de Todos.
Igual que ayer, también resurge la campaña del terror por los mismos de hace 32 años, pintan canas y arrugas como nosotros, pero los podemos reconocer. ¡Son los que nos quieren convencer que ahora sí están dispuestos a modificar la Constitución! Llegaron tarde, han sido torpes y lentos.
Chile necesita otra Constitución nacida y generada en democracia, por muchas que sean sus imperfecciones, que no se va a escribir sobre una hoja en blanco.
Al contrario, se va a escribir recogiendo lo mejor de la historia y la dignidad de la Patria y del compromiso de los chilenos con el bien común y el servicio público. No hay salto al vacío sino un reencuentro con el Alma de Chile: generoso, solidario, fraterno, libre y soberano.
Ayer, en dictadura, lo pudimos hacer en Paz y Unidad; hoy, en otro contexto más favorable y con mayor razón podemos repetir la misma gesta histórica sin violencia y sin odio, con más fuerza y convicción, con unidad política y social del pueblo como diría Radomiro Tomic.
Espero que, nuevamente, nos reunamos en las plazas a celebrar y a iniciar un proceso de discusión y diálogo fecundo que nos permita construir la Constitución del Estado promotor y garante de los derechos humanos en toda la acepción moderna del término, con reconocimiento efectivo de nuestros pueblos originarios, del Chile regionalizado, de la sociedad comunitaria que genere integración sin exclusiones y afecto de hermanos, del desarrollo científico y tecnológico con impacto social, de la innovación y el emprendimiento como herramientas para erradicar la pobreza, de la profundización de la participación ciudadana más allá de la mera representación política, una sociedad democrática que podrá cometer “errores” pero en la que nunca más veamos los “horrores” que hemos conocido en estos días.
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