Existe acuerdo en que la Convención Constitucional que elegiremos en abril próximo debe garantizar una alineación plural, que se refleje en la redacción de una carta fundamental representativa de nuestra sociedad.
Por estos días se ha instalado un intenso debate respecto de los espacios que la Convención abrirá al mundo independiente. Encuestas recientes evidencian que la ciudadanía se inclina, en una mayoría abrumadora, a que los eventuales constituyentes estén lo más alejados posible de la práctica política tradicional. No se trata de una posición novedosa, atendiendo al desprestigio que afecta hoy a los partidos y al sistema político en general.
La elaboración de la Nueva Constitución ofrece oportunidades para mejorar la convivencia, garantizar derechos colectivos y sociales, equiparar la cancha entre hombres y mujeres, reconocer el valor de nuestros pueblos originarios, terminar con los enclaves autoritarios, incluidos los quórums imposibles de alcanzar en el Congreso y expandir los límites de nuestra democracia.
También la discusión constitucional abre la oportunidad de incorporar nuevos actores al debate público. Se trata de hombres y mujeres que tienen mucho por aportar pero que, hasta ahora, no han encontrado un espacio de representación adecuado. Son independientes, pero no están al margen de la política ni reniegan de ella.
En efecto, el porcentaje de militantes de partidos políticos en Chile es bajo. No alcanza al 5% de la población. El 95% restante es independiente, en tanto su acción y pensamiento político no está sometido a las normas de algún partido. ¿Significa eso que el resto de los ciudadanos no tiene posición política? Por supuesto que no. Al contrario, la gran mayoría tiene ideas claras respecto de lo que anhela para el país, del tipo de autoridades que quiere, del modelo de economía que le acomoda y del marco de convivencia social al que aspira.
Por mucho tiempo, los partidos pudieron representan con cierta nitidez esa diversidad de pensamientos. Y allí radicó su fuerza y su relevancia. Pero hoy las cosas son distintas y las organizaciones políticas deben asimilar tal cambio.
Desde los partidos no podemos desconocer que existe una importante cantidad de independientes legítimamente interesados en la actividad pública, que desean participar activamente en la redacción de la nueva Constitución y que reclaman por una “cancha pareja” a la hora de competir en cualquier proceso electoral.
Ante este panorama, desde el gobierno y el Congreso, tenemos el imperativo de garantizar la participación de los independientes en igualdad de condiciones en las elecciones que definirán a los integrantes de la Convención Constitucional, no sólo abriendo espacios a la representación Independiente dentro de las listas de partidos políticos, sino rebajando las exigencias para la inscripción de listas y candidaturas ajenas a cualquier colectividad política.
Quienes, desde nuestra militancia, nunca hemos temido a la competencia, tampoco debemos tener aprensiones respecto de la participación de los Independientes en éste ni en cualquier proceso electoral, ni sentir vergüenza o desazón por ser militantes. La inmensa mayoría de quienes participamos en algún partido político, lo hacemos apegados a ciertas ideas y principios, con responsabilidad y decencia.
Los partidos son necesarios y útiles en cualquier democracia. Ello no significa que el modelo que existe hoy en Chile sea intocable. Al contrario, las organizaciones que no evolucionan, se anquilosan y se degradan. En ese riesgo están nuestros partidos.
La idea de la extinción de las organizaciones políticas es tentadora, pero no parece recomendable. El desprecio por la actividad política y por los políticos es un discurso conocido al que históricamente han recurrido la derecha y los nacionalismos para justificar el respaldo a gobiernos totalitarios.
Lo hicieron Franco en España y Pinochet en Chile durante el siglo 20 y lo intentan los populismos contemporáneos, que brotan en sociedades asoladas por la incertidumbre y las inseguridades cotidianas. Allí donde es necesario sindicar un culpable, los populismos apuntarán a los partidos, al sistema político, al gobierno e incluso a la propia democracia.
En ese contexto, la participación de los Independientes es determinante. Chile necesita una nueva independencia como expresión de diversidad, que garantice la incorporación de nuevos referentes que enriquezcan la discusión constitucional, que contribuyan a revitalizar la actividad política y que ensanchen el perímetro de la representatividad.
El deber de quienes hoy tomamos decisiones es el de garantizar que esa diversidad de representación esté plasmada en la papeleta electoral de la Convención.
La decisión final - si quiere solo rostros nuevos, militantes, independientes, jóvenes, adultos mayores, académicos o personajes de TV - la tendrá cada chileno y chilena en sus manos, el día de la elección.
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