El 12 de octubre, cuando se conmemora en Chile el día del "Encuentro de 2 mundos", otrora "Día de la Raza", es una fecha para reflexionar cómo hemos vivido esos encuentros y dónde aún tenemos desencuentros. Es, en esencia, un día que tenemos en el calendario como recordatorio de nuestra historia, la fusión de dos culturas que dieron origen a nuestro país, el camino recorrido y las transformaciones impulsadas, incluso esa, la transformación territorial, que debe hacerse con respeto a la identidad, la herencia y el alma que tiene el lugar.
A lo largo de la historia, el desarrollo de ciudades en América Latina ha estado influido por modelos y referencias externas. Países europeos y/o asiáticos, con más historia y considerados "adelantados" en la oferta de calidad de vida, han sido nuestros referentes. En tiempos donde las ciudades compiten por ser más "inteligentes", corremos el riesgo de olvidar que la inteligencia real de un territorio está más allá de las tecnologías implementadas para obtener datos, está también en la esencia de su gente. Son las costumbres, lenguaje, tradiciones implícitas, la forma en que los vecinos se apropian del espacio público, celebran y mantienen vivos ritos urbanos por años y generaciones, un tesoro propio de las ciudades. Esa sabiduría silenciosa, transmitida entre generaciones, constituye el sistema operativo más robusto que una ciudad puede tener.
El desafío está en reconocer esas influencias e implementar estrategias de inteligencia sin perder lo que hace único al lugar; su esencia. Podemos inspirarnos en las tendencias globales de "smartcity", pero el verdadero valor surge cuando adaptamos la innovación al carácter y la identidad de cada territorio.
Una estrategia de desarrollo territorial inteligente no puede ser copia de manual. Debe nacer del reconocimiento de lo que el territorio ya sabe. De la geografía que moldea la vida cotidiana, de los oficios que dieron origen a su economía y del relato que le da sentido a su comunidad. Las ciudades no son máquinas que se optimizan; son organismos vivos que se transforman desde su cultura.
Hoy más que nunca necesitamos "ciudades con alma". Ciudades que integran la tecnología comprendiendo que la digitalización es una herramienta al servicio de una historia mayor y que el futuro de nuestras ciudades es verdaderamente inteligente cuando logra que la innovación dialogue con la tradición. Sostener la esencia de nuestras ciudades no es mirar al pasado: es darle raíces al futuro.
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