El Partido Socialista de Chile se encuentra en un momento de repliegue, de derrota política y de confusión estratégica. Y precisamente por eso es necesario una autocrítica radical. Porque los partidos no existen para administrar la comodidad, sino para enfrentar la verdad cuando duele. El PS no está en una posición de fuerza. Llega desde una crisis profunda de identidad, conducción y sentido histórico. Negarlo sería prolongar el problema. Asumirlo es el primer acto de responsabilidad política.
El triunfo de José Antonio Kast expresa algo más profundo que una alternancia electoral. Marca el cierre abrupto del ciclo político abierto en octubre de 2019 y la derrota del impulso refundacional que se expresó en la primera Convención Constitucional.
Ese proceso no fracasó solo por la fuerza de la derecha. Fracasó porque se confundió cambio con ruptura, transformación con negación de la historia, y radicalidad con improvisación. La política dejó de ser pedagogía democrática y pasó a ser un ejercicio identitario, ensimismado, incapaz de leer a una sociedad cansada del desorden, de la incertidumbre y del elitismo moral. La reacción conservadora no surgió del vacío. Fue alimentada por las propias renuncias del socialismo.
En este ciclo, el socialismo dejó de conducir. Y cuando un partido con vocación histórica renuncia a conducir, otros ocupan ese espacio.
El PS comenzó a actuar como si su experiencia de gobierno fuera un pecado del que debía excusarse. Dejó de reivindicar el valor del Estado social, de la gobernabilidad democrática, del crecimiento con redistribución, de la gradualidad transformadora. Aceptó el relato de que reformar era administrar, y que gobernar era claudicar. Ese fue un error estratégico mayor, subvalorar el aporte que la Concertación realizó a Chile.
Durante la Convención Constitucional, el país necesitaba al Partido Socialista como factor de equilibrio, racionalidad y conducción democrática. No lo fue. Estuvo presente, pero no lideró. Acompañó, pero no orientó. Justificó excesos, en lugar de advertirlos. Cuando la ciudadanía rechazó ese proceso, el mensaje fue claro: no rechazó solo un texto, rechazó una forma de hacer política. Y el PS no puede fingir que fue un espectador inocente. Además, hubo decisiones que debilitaron al Partido Socialista y por las cuales no se asumieron responsabilidades concretas.
Primero, visto en perspectiva hay que asumir que el distanciamiento de Ricardo Lagos Escobar no fue un gesto de renovación, sino de autonegación histórica. Al rechazar su legado, se rechazó la idea de que el socialismo democrático puede transformar con estabilidad y mayoría social.
Segundo, la candidatura improvisada de Paula Narváez expuso la fragilidad de su conducción política. No se construyó liderazgo, solo se administró una nominación. El resultado fue previsible y dañino.
Tercero, el apoyo sin condiciones al gobierno de Gabriel Boric significó la renuncia explícita a la autonomía estratégica. En nombre de la unidad, se aceptó la irrelevancia. Pasó de ser un partido de conducción a ser un partido de acompañamiento, o "un vagón de cola".
¿Cuál ha sido el costo político de la subordinación?
El resultado está a la vista: el Partido Socialista de Chile ha sufrido la pérdida de identidad clara; un debilitamiento electoral; la desmovilización de bases militantes y cuadros intermedios; retiro de la intelligentsia socialista del debate público; y sobre todo, la fragmentación del progresismo sin un eje ordenador.
Hoy enfrentamos un Congreso Nacional atomizado y un gobierno de derecha con vocación contrarrevolucionaria, mientras el PS no es aún alternativa reconocible.
El PS se encuentra ante una encrucijada histórica: no puede limitarse a administrar la sobrevivencia. Debe decidir si quiere seguir siendo un actor secundario del progresismo, o recuperar su vocación de partido de mayorías, de Estado y de gobierno. Un proyecto socialdemócrata sigue siendo necesario para Chile. Pero no una socialdemocracia avergonzada, silenciosa o subordinada, sino una socialdemocracia con identidad, proyecto y coraje político.
En este nuevo ciclo, el PS debe reafirmar el socialismo democrático como proyecto político vigente; reivindicar la historia de gobierno del PS como activo estratégico; reconstruir su autonomía política frente a cualquier alianza; recuperar la formación ideológica y el debate intelectual; y proyectar un nuevo polo de centroizquierda con vocación mayoritaria, orden democrático y reformas estructurales viables.
La historia no exige pureza ideológica. Exige responsabilidad. No exige unanimidad, exige conducción. Los socialistas deben nombrar sus errores, para poder fundar el futuro, sino solo estarán administrando el pasado. El socialismo democrático no está derrotado por la derecha. Está interpelado por su propia renuncia. Y se debe decidir si esa renuncia será definitiva o si, por el contrario, el Partido Socialista de Chile vuelve a asumir su responsabilidad histórica con el país.
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