Valparaíso, nuestra ciudad-puerto, surgió del esfuerzo y trabajo conjunto de muchos chilenos e inmigrantes que la hicieron propia de un carácter muy especial, ocupando como ingrediente principal los sueños que traían en sus maletas y baúles.
En este quehacer llegó a ocupar un lugar destacado en nuestro país y en el mundo. Nuestro lema era ¡Valparaíso, Primero Siempre!
En nuestra ciudad se trazaron caminos de esperanza, por eso que cuando hablamos de Valparaíso, tierra de inmigrantes, también debemos entender a Valparaíso como tierra de esperanza.
¿Qué nos pasó? ¡Se nos fueron los sueños! ¡Nos quitaron los sueños!
Los síntomas: altos índices de delincuencia, tiroteos, narcotráfico, asaltos, robos, alcoholismo público, ambulantes, desorden, basura, incendios, rayados, cesantía, ira, movilización pública violenta, etc.
Producto de estos flagelos, las familias porteñas están en una situación de desesperanza y miedo. Como consecuencia, nuestros jóvenes conscientes de la falta de trabajo, deciden emigrar en busca de otras ciudades donde plantar sus sueños.
También se van los cruceros y los inversionistas también se irán sin realizar sus proyectos, parte de las esperanzas de la mayoría de los porteños que saben que la única solución a nuestros problemas es más trabajo y que la cesantía es la madre de la desesperación y el desaliento.
La decadencia de Valparaíso no comenzó sólo con la apertura del Canal de Panamá o el fin de la explotación del salitre. No.
Lo que nos ha pegado firme desde el siglo pasado son las decisiones políticas en pro del centralismo y de influencias de poderes egoístas que no piensan en nuestros ciudadanos, poderes conducidos por personas que no quieren ser útiles sino importantes, que no consideran escuchar y considerar de vez en cuando las opiniones de los demás, sobre todo cuando los otros son mayoría.
Aún estamos a tiempo de salvar lo nuestro. Pensemos en nuestra juventud y devolvámosles sus sueños.
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