Plazas que sean una alternativa real frente a las pantallas

Imagina que es el primer día de vacaciones de verano de tu hija/o y temes que pase todo su tiempo libre frente a la pantalla de un dispositivo tecnológico. Deciden salir de la casa y buscar un lugar para moverse y divertirse, por lo que van a la plaza del barrio. Sin embargo, el sol abarca cada rincón y no hay sombra de ningún tipo, los juegos de plástico y metal queman, no hay otros niños/as jugando y el color predominante es el marrón de la tierra. Situaciones como esta se dan en gran parte de las comunas urbanas de Chile, y resaltan con especial fuerza la necesidad de que las ciudades entreguen alternativas atractivas, accesibles y seguras para la recreación y bienestar de las y los estudiantes, mínimas que muchas plazas no están cumpliendo.

Es por esto que la noticia de hace unos días sobre que Australia anunció la aprobación de una ley que prohibirá el uso de las redes sociales a personas menores de 16 años resulta, por lo bajo, analizable. Más allá del debate en relación a la deseabilidad e incluso la factibilidad de tal medida, las acciones no pueden estar suscritas únicamente a un marco prohibitivo, sino que debemos trabajar en ofrecer alternativas interesantes de ocio a niños, niñas y adolescentes, que sean adecuadas para su desarrollo y bienestar, especialmente en épocas de vacaciones.

Las áreas verdes en los barrios pueden convertirse en aliados clave en este desafío. Tal como estableció el biólogo Edward Wilson a través del concepto de la biofilia, las personas tenemos una afinidad innata por los entornos naturales y otras formas de vida, ya sean plantas o animales. El tiempo al aire libre mejora el estado de ánimo y genera emociones positivas. La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, establece que las áreas verdes urbanas fomentan la salud mental al proporcionar relajo psicológico y alivio del estrés (OMS, 2016). A su vez, los escenarios al aire libre con naturaleza fomentan el movimiento, al disponer de espacio para correr y moverse, así como multiplicidad de obstáculos para saltar, trepar o gatear, como árboles, rocas o desniveles. El acceso a estos espacios fomenta las habilidades motoras y la actividad física, repercutiendo positivamente en la salud de niñas, niños y adolescentes. Adicionalmente, la multiplicidad de formas, texturas y colores de plantas, aves o insectos fomentan la curiosidad y la posibilidad de explorar con todos los sentidos.

Sin embargo, muchas plazas de barrio no son ni atractivas ni adecuadas para que niñas y niños pasen su tiempo libre en ellas. Diseños que no incluyen un proceso participativo para incorporar las necesidades y anhelos de las comunidades -y menos de niñas, niños y adolescentes, quienes no suelen ser considerados en las decisiones que afectan a su entorno-, falta de mantención, inexistencia de vegetación y sombra, malos usos o inseguridad de los bordes, son algunos de los motivos que impiden que se conviertan en una alternativa real frente a dispositivos tecnológicos como los celulares. Se debe invertir en convertirlos en espacios agradables y educativos, siempre en base a los usos deseados por la comunidad. Ante ello, se presenta el desafío de generar espacios públicos con diversidad de especies vegetales accesibles donde explorar, que atraigan a diferentes seres vivos y que se puedan mantener en el tiempo; con circuitos de desafío motor a través de obstáculos basados en elementos naturales, como pueden ser, por ejemplo, los troncos; con juegos abstractos de materiales nobles que permitan el uso de la imaginación y que a la vez perduren en el tiempo; así como con árboles y estructuras que den sombra y disminuyan la temperatura, tanto en los espacios de juego como en los de descanso de las personas cuidadoras.

La época de vacaciones refuerza la imperiosa necesidad de invertir en que todos los barrios cuenten con espacios públicos que llamen la atención de niñas, niños y adolescentes, donde puedan tener contacto con la naturaleza, jugar libremente, moverse y desarrollar su creatividad. Para ello, debe haber inversión tanto para su construcción y/o mejora -siendo diseñados participativamente, incorporando la voz de las comunidades, incluyendo las niñeces- como para su mantención, de manera que se conviertan en alternativas reales a las pantallas.

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