En un hospital de Paris falleció Tzvetan Todorov, al parecer víctima de una neumonía, el gran lingüista, historiador, crítico de la cultura y pensador humanista nacido en 1939 y que emigró a Francia, país en el que vivió y enseñó hasta el día de hoy, 7 de febrero 2017.
Todorov pasó su niñez en Sofía, Bulgaria, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial donde realizó sus estudios escolares y universitarios. Eligió la carrera de Literatura como una manera de sustraerse a la pobre y mediocre política que se vivía en los países del socialismo real.
En 1963 partió a Paris para seguir su formación de pos grado en donde se relacionó con Roland Barthes, Roman Jakobson y los estructuralistas, período en que se concentró en los estudios literarios y semióticos. De esa etapa son una decena de libros de su autoría que para el mundo de la literatura y los estudios del lengüaje han sido obligatorios, tales como, “¿Qué es el estructuralismo?”, “Los géneros del discurso” o “Literatura y significación”.
A partir de los años 80, influido por su experiencia vital como inmigrante, Todorov cambia su foco de trabajo para abordar los temas relacionados con el encuentro y desencuentro de las culturas, dirigiéndose hacia la filosofía política y la historia.
En estos años se ocupa especialmente de la historia de las ideas y muy particularmente del pensamiento de la ilustración, del cual es uno de los grandes conocedores, produciendo trabajos de vital importancia que abordan el tema de la identidad y la alteralidad. De esa época son obras como “La Conquista de América” o el ensayo sobre Rousseau “Frágil Felicidad” y “Nosotros y los Otros”.
Las reflexiones políticas de Todorov y en particular sobre la historia del siglo XX encontrarán un nuevo impulso para su desarrollo a partir de la década del 90, tras la caída del muro de Berlín, momento en que siente que puede escribir sin sentir la amenaza sobre sus familiares en Sofía.
Su primer y fundamental libro sobre el totalitarismo, “Frente al Límite” marca un punto de inflexión en su reflexión. Allí describe las características de los sistemas totalitarios y reflexiona sobre los agentes de los mismos, a los que considera mayoritariamente, ni monstruos ni bestias, sino seres ordinarios que siguen instrumentalmente las reglas de regímenes que habían llevado la lógica de la guerra al interior de sus sociedades, buscando la destrucción física y moral de un supuesto enemigo interno.
En su ensayo “Los Enemigos íntimos de la Democracia”, Todorov aborda con lucidez el análisis de la sociedad actual, mostrando que los elementos constitutivos de la democracia, incuban también paradojalmente las principales amenazas a que ésta se ve enfrentada en la actualidad. Denuncia con fuerza el populismo y el mesianismo político, dos características que a su juicio son los más inminentes peligros para las democracias occidentales.
Para Todorov, si uno de los poderes constitutivos de la democracia rompe su mutua dependencia con los demás, escapa a todo intento de limitación y se erige en principio único, estamos en el terreno de los enemigos ya no externos de la democracia, sino íntimos, nacidos de su propio seno. La historia que vemos día a día pasar en los Estados Unidos de Trump o la Venezuela de Maduro.
Todorov se dio tiempo también para publicar ensayos sobre obras pictóricas y literarias. Entre estos destacan “Goya a la sombra de las luces”, ensayo alucinante en el que reúne una aguda observación pictórica con el contexto histórico y la posición ideológica del notable pintor español, “Arte y la Vida: el caso Rembrandt”, o su “Elogio de lo Cotidiano” o “Elogio del Individuo”, ensayos sobre la pintura flamenca.
Si hubiera que definir a Todorov diría que lo que lo caracteriza es su rechazo al maniqueísmo, su capacidad para interrogar los hechos más allá de lo evidente, su humanismo radical, su extrema agudeza crítica y moderación política que lo lleva a buscar los equilibrios allí donde impera la ausencia de límites.
El humanismo de Todorov es un humanismo crítico. Como todo humanismo pone su fe en la razón y en el hombre, pero se distingue, como él mismo lo afirma en “Memoria del Mal, Tentación del Bien”, por el reconocimiento del horror de que son capaces los seres humanos; es decir, ya no se trata de un humanismo que hace el culto de la nobleza del hombre.
Es un humanismo pos Auschwitz y post Kolyma, podríamos decir también pos Hiroshima y pos Pol Pot, las pruebas que nos dio el siglo XX acerca de la infinita crueldad del hombre. Se trata de un humanismo quizás desencantado de la naturaleza humana pero también de un humanismo que afirma la posibilidad del bien, no de un hipotético triunfo universal del bien con mayúscula, no de la instauración del paraíso sobre la tierra, no de un bien que niegue la contradictoria condición humana, sino de un bien que permita al hombre y la mujer asumir su identidad concreta e individual, apreciar, cuidar y amar a los otros.
¿Cómo conciliar esta ausencia de ilusiones sobre el ser humano con esa afirmación de que él es el fin de todo esfuerzo, de todo combate, de toda pasión? Ese es justamente a su juicio el desafío de los humanistas contemporáneos y Todorov nos advierte contra la desmesura, es decir, “contra la voluntad ebria de sí misma, contra el orgullo de estar convencido de que todo es posible” y también contra la ficticia separación de los agentes del mal de nosotros mismos. Dice, “Un acto sólo es moral si los beneficiarios del mismo son los otros y nos lo exigimos a nosotros mismos. Dar lecciones de moral nunca ha sido un gesto virtuoso. No es posible entender el mal que llevan a cabo los otros si nos negamos a preguntarnos si seríamos capaces de cometerlo nosotros también”.
Todorov, en sus múltiples y diversos libros no esconde su propia historia ni desaparece tras una pretendida objetividad académica. Por el contrario, en sus textos y conferencias nos mostró que su pasión por hacer del mundo un lugar mejor nace de sus propias experiencias. Quizás por eso su reflexión sobre los proyectos de memoria en América Latina nos parecen tan cercanos y nos han marcado tanto en esta región.
Todorov se asumió como un jardinero de ese “jardín imperfecto”, ni enteramente determinado por las fuerzas que lo producen, ni infinitamente maleable por la voluntad de los poderosos, que según Montaigne es la sociedad y la existencia humana.
Lo echaremos mucho de menos.
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