Sin duda, en el himeneo forzado o consentido de nativas con europeos se halla la causa prima de nuestro mestizaje. Hernando de Aguirre, uno de sus más notables artífices afirmaba, que se hace más servicio a Dios engendrando mestizos, que el pecado que con ello se comete.
Asimismo, de este incorregible acompañante de Valdivia y refundador de La Serena se sabe que debió enfrentar a la Inquisición limeña, entre otros cargos, por decir que si en una república hubiese que desterrar a un clérigo o a un herrero, él echaría al cura por ser menos útil.
Sin embargo, en este entrevero de sangres y culturas, no debe ignorarse el rol jugado por el empalme de europeas o chilenas con varones indígenas. Apetecida por éstos, la fémina blanca fue una de las presas más codiciadas que podían sustraer al enemigo. Y procrear en ellas tuvo el dejo de la venganza o la magia de vencer humillando al usurpador.
Así surge el "mestizo al revés", es decir, culturalmente integrado al cosmos originario.
Los cronistas de la época destacan una primera violencia contra las cautivas así como su voluntario consentimiento posterior, consoladas por la práctica que convierte lo feo en hermoso. En los inicios, desalados serían los días de éstas aunque el clima se tornaría más favorable arraigándose gradualmente en esa tierra y costumbres al ver crecer a sus hijos, más aborígenes que españoles.
Quizá por eso uno de ellos anota sobre las indias blancas: “Conocí muchas señoras de éstas, peores que los indios, tan desesperadas cuando al cabo de años las sacaron del barbarismo, que bramaban por volverse a el.”
Alonso de Ovalle, Histórica relación del Reyno de Chile, exalta en las prisioneras la heroica defensa de su honor y lamenta que el “lance sin remedio” fuese claudicar frente al imperio de los “lobos carniceros” de la Araucanía que ultrajan a las “nobles matronas”, indignadas pero sin atreverse a decir nada por temor a sus nuevos señores.
Si esa virtud hubiera sido qual debiera no las habría subyugado ni el golpe del cuchillo ni la fuerza del acero, subraya con maligna benignidad don Alonso. La crítica implícita es, más pudo el miedo a los bárbaros que el temor de Dios prefiriendo rendir su honestidad al tirano antes que la vida al cuchillo. Y sólo a una angelical sor Francisca o doña Gregoria Ramírez resalta como ejemplo de cautivas.
Flor del convento raptada por Huentemagu, “indio principal y valeroso”, en el asalto y destrucción de Osorno, su leyenda testimonia el poder de la santidad para enseñorearla sobre su captor. Tal autoridad recibe del divino esposo que restablece la jerarquía preestablecida; el guerrero le asigna vivienda aparte, le busca un breviario en las ruinas de la ciudad y ordena a sus mujeres obedecerla en todo.
Si creemos a don Alonso, los efectos de la castidad fueron aún más poderosos porque Huentemagu la devolvería secretamente a los suyos. Y Dios corresponde al bárbaro ilustrando tan graciosamente su entendimiento “que el señor que había venido a dar libertad a su esclava, sigue a la esposa de Dios hasta su casa, donde, bautizado, se quedó todos los días de su vida esclavo de su misma sierva.”
Como este singular privilegio jamás fuera otorgado en similares circunstancias a otras desventuradas, éstas pudieron argumentar en su favor frente al severo Ovalle que si desde las alturas hubiesen mostrado semejante preocupación por sus doncelleces otro gallo les habría cantado en aquellos indómitos dominios.
Oriundo de Tongoy, Víctor Domingo Silva (1882 - 1960), Premio Nacional de Literatura y de Teatro, retoma la cuestión en El mestizo Alejo perfilando la azarosa carrera de este relevante personaje en la configuración de nuestra identidad. Y lo hace apartándose radicalmente de historiadores como Benjamín Vicuña Mackenna que calificaron de aberrante mezcla de razas esta faceta del mestizaje.
En un malón los mapuches sorprendieron a una comitiva penquista exigiendo todo incluidas las mujeres. La joven Isabel de Vivar y Castro pasó a poder del cacique Curivilú con quien tendría un hijo, Alejandro. Ñamku o Aguilucho en mapudungún.
Rescatados cuando el niño tenía cinco años, en Concepción la recién liberada recibió tantos desdenes por el obligado concubinato que decide ingresar a un convento para ocultar su vergüenza. El pequeño Alejo recibiría una modesta educación.
Arcabucero, en batalla demostró su valía y quiso ascender a oficial pero el rechazo fue sarcástico. Humillado y resentido se inspira en la musa paterna trasladándose a la resistencia mapuche donde apreciaban a los mestizos por sus conocimientos militares. Perspicaz, valeroso e innovador cambia la fisonomía de la guerra imprimiendo a sus campañas el sello de un genio estratégico y táctico que recuerda a Lautaro.
Tendría el honor de ser el único Toqui no mapuche.
Ambos líderes convivieron con los intrusos propinándoles increíbles derrotas sin lograr arrojarlos de sus confines; ad portas de conquistar Concepción abandonan la empresa; nunca alcanzaron Santiago para dar un golpe definitivo al invasor; tampoco mueren en combate: Lautaro cae en una ignominiosa emboscada y Alejo es asesinado por esposas despechadas a causa de dos concubinas hispanas que tenía.
Fugadas al campo contrario las premiaron con una pensión vitalicia.
La novela critica la historiografía oficial en su representación del conflicto étnico durante la conquista y la colonia. Asimismo censura las supersticiones no solo de los indígenas sino también de la sociedad colonial que vio en los terremotos el castigo celestial de los pecados y en los indios encarnaciones del demonio, por ejemplo.
En grandes trazos, así sucedió con la segunda de nuestras vertientes de mestizaje. Es sabido que tenemos otras, y los colores y sones de la actual ola migratoria debieran recordarnos que desde sus orígenes la humanidad ha sido sigue siendo una inmensa coctelera.
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