Probablemente los que quieran mutar su rol dentro de una cultura es porque su posición es de desmedro y ultraje. No es la reina, salvo honrosas excepciones, la que quiere que se cambie el orden jerárquico, sino la esclava no beneficiada.
Este es un tema complejo y que tiene muchas aristas imposibles de debatir en este generoso espacio que nos regala este medio de comunicación democrático y plural.
Los roles preestablecidos son muy difíciles de transformar, sino pregunten a las mujeres que en occidente conquistaron el derecho a voto.
Inevitablemente variar un papel conlleva una traición, porque se está diciendo no a las obligaciones y deberes asignados, que son muchos más que los derechos, sino, no existiría esa rebeldía.
Esa traición es imperdonable, pues quienes están aparentemente más beneficiados confabulan una resistencia invisible, pero coordinada, con la finalidad de defender sus privilegios.
Si una cultura come helados de chocolate y el menos beneficiado decide en un acto de rebelión preferir un helado de berries, podría apostar que al interior habría una alterada resistencia. Esto parece ridículo, porque se esperaría un ejemplo más noble y lleno de ideales.
La verdadera traición es de este tipo, es decir, en los actos cotidianos, no en los grandes discursos, que debido a las posiciones de poder no son más que una representación acordada, donde el quehacer es absolutamente intocable por los representantes. Sin embargo, los representados comienzan con un clamor desde el silencio que se canaliza en un grito desesperado pronunciando entre líneas, “hechos y no palabras”.
Paul Watzlawick alerta sobre el error de hacer grandes transformaciones que en la práctica sean más de lo mismo, es en el detalle donde se juega el cambio. Cuando una persona vía al alcoholismo le dice a su pareja alcohólica -no gracias, quiero agua- es en ese instante cuando se gatilla el horror de la traición dolorosa para ambos, porque se quiebra el acuerdo tácito que los unió en algún momento.
Recuerdo haber visto en la televisión a un hombre que había matado a su ex pareja y gritaba “ella es el amor de mi vida”. Tal vez, el pecado de quien fue asesinada fue haber dicho que no. El problema no es decir que no, el desafío es cómo se logra que acepten un no sin terminar rodando por las escaleras con los ojos desorbitados.
Recuerdo la teoría del doble vínculo de Gregory Bateson, cuando descubrió esta forma de relacionarse, en que en el mismo instante se dice que se haga algo y en la acción o en el lenguaje analógico se llama a no hacerlo. Es común observar estas contradicciones en las diferentes culturas.
Mutar significa varias traiciones en lo concreto, como las comentadas. Una cultura rígida podría impedirlo con las más siniestras armas, sin embargo, una flexible podría tolerarlo; pero no en el discurso, si no en la práctica.
La dialéctica marxista habla de una tesis y su contrario que es la antítesis, y la síntesis es la imposición de una de las dos anteriores. En un papel que se quiere cambiar existe una gran contradicción, por una parte, es la lealtad a la cultura con la cual se comparten los mismos códigos y, por otra, el sentir el abuso por la exigencia de ese rol y la imposibilidad de equiparar los deberes y derechos.
Finalmente se impone la sumisión o la liberación; cuando hay liberación inevitablemente se tiene que buscar otras culturas que acepten al nuevo individuo. La mujer que deja al marido machista por el amante más igualitario, por ejemplo.
Es tan respetable alguien que, aunque su rol sea abusivo, no quiera transformarlo, como alguna persona que esté dispuesta a correr los riesgos de esa metamorfosis.
Yo creo que cuando se muta cambia todo: olores, sabores, gustos, percepciones, colores, miradas, escuchas, incluso el amor.
Pienso en ese pequeño que hoy es adulto y que con mi misma lógica y los mismos argumentos que le enseñé me dice que estoy equivocada, y trato de ser fuerte, y de reconocer que en más de alguna oportunidad tiene razón. ¿Qué hago, le grito, lo castigo, lo encierro o lo dejo ir?, con el dolor de mi alma lo dejo ir,aunque nunca más vuelva a ser como antes; por lo demás, con encierro o sin castigo, igual ya no es el mismo.
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