El liberalismo y el neoliberalismo son una utopía

El liberalismo y el neoliberalismo económico se basan en el juicio de bondad (ética, ideología) de la actividad individual, supuestamente libre, para emprender y consumir.

La iniciativa constructiva de empresas y el consumo deben ser libres concurriendo a un mercado también libre. La doctrina así parece paradisíaca. Pero se trata de seres humanos que no emprenden ni consumen nada sin motivo.

Aquí empiezan las dificultades. Los motivos para emprender y consumir ¿Son libres?

No, dependen de la cultura, ideologías que pueden o no explicitarse (publicidad, propaganda, manejo de información) por los diferentes poderes fácticos en esa sociedad y, sobre todo por la estructura productiva de esa sociedad que ha sido mayoritariamente la estructura capitalista.

Las pretendidas libertades de empresa y de consumo ya no son tales sino que cautivas en unas pocas alternativas ideológicas.

Emprender es difícil y se necesita un motivo convincente para hacerlo.

¿Para qué gastar la vida en algo que es incierto y no ofrece seguridad “eterna”?

Los estudios sociológicos han mostrado (véase a Max Weber) que un elemento nuclear del desarrollo capitalista liberal-neoliberal es la concepción protestante (Calvinista particularmente) que la predestinación a ganar el cielo se muestra por el éxito en la empresa (capitalista). El exitoso se va al cielo.

Para el no creyente esto es directo, ya que no necesita al cielo para convencerse que el empresario lo pasa mejor (en promedio) que el trabajador a quien explota.

Estas creencias o ideología produjeron el capitalismo-neoliberalismo salvaje. Pero ¿dónde queda la libertad de empresa? Desaparece, el pez más grande se come al más chico, porque simplemente tiene más capital.

Al mundo no le queda otra cosa que la acumulación capitalista cada vez en menos manos.

Una sola empresa tiene ya el 60% de la producción de fármacos en el mundo.

Para la libertad de consumo, la cosa es peor.

El que gana $200.000 no compite con el que gana $2.000.000. Vemos que el sistema liberal-neoliberal está mal planteado y utópicamente propuesto y, además lleva a su propia destrucción porque no considera la realidad de desigualdad en el ingreso, poder, propiedades, conocimiento, información, etc. que tiene la sociedad humana en el que el sistema se implantó.

En palabras más técnicas, no consideró que los grados de libertad para emprender y consumir son muy desiguales en la población: el con más grados de libertad va a limitar más la libertad de los que tienen menos, al ejercitar su libertad, porque la torta de la riqueza es una sola.

¿Porqué el sistema capitalista liberal-neoliberal no consideró la desigualdad en si mismo?

La pregunta, históricamente, es falaz ya que la consideró pero dio una respuesta definitiva ideológico-religiosa: la desigualdad en la distribución de riquezas y bienes es de origen Divino, el ser humano no puede hacer nada contra ella (puede seguir al penitente, arrepentido, ingeniero comercial chileno Renato Espoz convertido a la Filosofía y a la Ética).

Los estudios genómicos han demostrado (la voluntad de Dios, si es que Dios existe) que esto es falso y han resuelto la controversia igualdad-desigualdad en el mundo de los seres vivos y en el ser humano.

De 1.000 sitios nucleotídicos, los humanos en promedio somos iguales en 995 y distintos en 5.

En una ideología y ética basada en el proceso evolutivo y genómico y, si aceptamos dos desviaciones típicas, el que gana más, tiene más propiedades, más poder o más cualquier cosa debería tener 1.010 y el que menos 1.000.

Toda diferencia sobre esto es ideológicamente construida y por lo tanto puede ser ideológicamente destruida: si el ser humano quiere.

Los que aceptan al sistema capitalista-neoliberal NO QUIEREN y entonces habrá guerras, peleas y sufrimiento humano innecesarios. Además estos estudios han demostrado que la naturaleza humana y de los seres vivos es irreductiblemente fraterna y solidaria.

Sin considerar a la evolución humana y a su constitución genómica es imposible hacer una reforma educacional (ni en salud, ni en otra cosa) ni menos plantear una nueva constitución.

Las nuevas legislaciones en este siglo XXI si permanecen a espaldas de estas realidades palmarias no pueden sino que generar más sufrimiento humano.

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