Esta columna es abiertamente un argumento a favor del valor que tiene el arte en la vida de las personas, y la falta de compromiso que tiene nuestra actual sociedad con el quehacer artístico.
Desde el inicio de la cuarentena, junto a mis amigas/os artistas nos hemos organizado para poner a disposición nuestros conocimientos gratuitamente.
A través de un grupo de Whatsapp que actualmente tiene más de 100 integrantes, varias/os de nosotras/os hemos ofrecido diariamente diferentes clases: entrenamientos físicos, conciencia corporal, cocina y performance, yoga, etc. El grupo está compuesto por nuestras/os conocidas/os y familiares (y amigas/os de amigas/os y primas/os de prima/os…etc.) todas/os de diferentes edades, niveles socioeconómicos y ubicaciones geográficas.
Uno de los bailarines del grupo ofrece Zumba (Zoomba) a personas “senior”. Una performer ha deleitado desde Buenos Aires a los/os asistentes con sus conocimientos culinarios.
Desde Madrid, una bailarina y actriz chilena radicada en ese lugar, ha hecho danzar alegremente a su audiencia digital. Otro improvisado profesor, magíster de una de las mejores escuelas de actuación del mundo, ha permitido que las/os participantes de su clase puedan seguir conectados a sus cuerpos, en momentos en que sus mentes no dejan de construir posibles futuros catastróficos.
Un actor, con una larga práctica pedagógica y estudios en el tema, ha compartido la importancia de la flexibilidad y la concentración a través de su entrenamiento de Yoga.
Todo el soporte técnico que requiere este improvisado emprendimiento gratuito, está a cargo de una actriz y técnico teatral con una basta experiencia, quien todos los días se encarga de enviar los links de Zoom para que las/os participantes se conecten, y cuida de que el sonido, pese a la distancia física, logre funcionar.
Ayer, mientras “carreteábamos” vía Zoom todos juntas/os, nos preguntábamos por qué nuestra labor artística en Chile es tildada constantemente como una actividad marginal y poco relevante en la vida de las personas, si es que hoy en día son precisamente nuestros conocimientos los que modifican diariamente, al parecer para bien, las vidas de las más de 100 personas de nuestro grupo de Whatsapp.
Si bien nuestro emprendimiento gratuito y virtual, podría ser considerado una actividad marginal, no nos deja de sorprender que mientras hacemos esto, alrededor del mundo sean precisamente las instituciones artísticas las que han liberado masivamente sus producciones, para que las personas confinadas en sus casas puedan tener algún tipo de experiencia estética. Intuitivamente, pareciera ser que sabemos que sin el arte, nuestras vidas carecen de vitalidad y sentido.
Contando esto, no tengo la intención de romantizar nuestra profesión. De hecho, todo lo contrario. Sabemos que históricamente, el arte ha sido parte esencial de la vida de los seres humanos. Es precisamente esta esencialidad del arte, la cual ha sido evidenciada durante la crisis global, la que aquí me gustaría relevar.
El arte no es solo una actividad técnica o recreativa, sino que también una manera particular de posicionarse frente a la frágil existencia del ser humano. Si el arte ha probado ser útil para procesos terapéuticos y de aprendizaje, como también para la entretención, es precisamente porque este ofrece una posibilidad de estructurar el pensamiento y disponer el cuerpo de maneras muy particulares.
Entre otras cosas, el arte permite aproximarse a los problemas que enfrentamos cotidianamente de forma creativa y crítica.
A través del pensamiento artístico, podemos hacer que alternativas que a primera vista parecen irreconciliables, puedan ser unificadas para dar respuesta a alguna problemática aparentemente paradójica e irresoluble.
¿No es particularmente relevante en periodos de crisis tener esta capacidad?
Además, algunas ramas del arte, como la danza y la expresión corporal, nos enseñan que no solo la mente es relevante cuando enfrento los problemas de la vida, sino que también la disposición corporal con que me enfrento a ellos, juega un rol fundamental.
Hace unos meses una académica y artista amiga, me contaba que una universidad asiática le había pedido que educara a sus estudiantes de ingeniería para que estos fueran más creativas/os.
Luego de algunos meses de ensayo, resultó que las/os directores de la universidad no estaban muy contentos. Parecía ser que, mientras las/os estudiantes ampliaban sus capacidades creativas a través de la educación artística, comenzaban a ver críticamente problemas que antes pasaban desapercibidos para ellas/os, y vislumbraban soluciones que no necesariamente agradaban a las autoridades universitarias.
Me parece que la crisis global actual ha hecho evidente lo indispensable que es el arte en sus diferentes formas en la vida de los seres humanos. Ya sea para su entretención, relajo, concentración, resolución de problemas, pensamiento crítico, etc.
Sin embargo, como bien se dio cuenta Platón cuando quiso expulsar a los poetas de la polis, el arte siempre representa un exceso salvaje y peligroso para el status quo.
A veces pienso que esa es la razón más profunda que ha tenido la ideología neoliberal para transformar al arte en una de sus industrias más marginalizadas, dejando que solo se considere “arte” aquello que logra demostrar su capacidad de producir algún beneficio desde una perspectiva que se adecue a su lógica mercantil.
Nosotras/os probablemente seguiremos dando nuestras clases durante la cuarentena. Esto, no solo porque queramos hacer un servicio solidario a la comunidad. Sino que también, o quizás sobre todo, porque de algún modo sabemos que luego de que pase la tormenta, será necesario que estemos en un estado físico y mental que nos permita hacer frente a la ya insoportable táctica neoliberal de marginar a cualquier actividad humana – y a cualquier ser humano – que no se adecue a sus valores de producción y mercantilización.
Desde mi punto de vista, ante estos valores, el arte no puede hacer otra cosa más que rebelarse.
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