La artesanía, ese otro emblema

Se fue septiembre, mes en que la larga celebración de Fiestas Patrias llenó el ambiente de símbolos y emblemas nacionales. La bandera, el escudo y los colores blanco, azul y rojo se desplegaron por todo el territorio, acompañados de un repertorio de conocimientos culturales, folklóricos y patrimoniales propios de nuestra identidad, que cada año cobran más fuerza y presencia tanto en los ámbitos públicos como privados. De esta forma, nuestras comidas, juegos, vestimentas, bailes, cantos y formas de festejar y reunirnos sacaron a relucir valiosas manifestaciones de lo que podemos denominar Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI), que puede resumirse como las prácticas, usos, conocimientos que hemos heredado de generación en generación y que fortalecen y dan identidad a las comunidades que las reconocen como propias.

Unesco, en la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003, identifica cinco ámbitos en los que se manifiesta el PCI, los cuales también reconoce la institucionalidad cultural de nuestro país y que son: Artes del espectáculo; conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; técnicas artesanales tradicionales; tradiciones y expresiones orales; usos sociales, rituales y actos festivos.

Lo importante de estos ámbitos -que engloban formas originales de ser, conocer y encontrarnos- está principalmente en el conocimiento que les da origen. En otras palabras, el Patrimonio Cultural Inmaterial radica en "el saber hacer". Sin embargo, en varios casos este saber también da lugar a objetos que cristalizan el traspaso oral de ese conocimiento, como sucede con las técnicas artesanales y sus productos, así como con las herramientas y los espacios donde se recrean, los cuales también forman parte de la práctica.

Muchas de las manifestaciones artesanales en Chile, principalmente las realizadas por pueblos originarios, vienen recreándose desde tiempos precolombinos y se mantienen vigentes hasta hoy. Otras llegaron con la conquista española, y se transformaron en este territorio con el conocimiento local dando origen a prácticas mestizas de larga permanencia en el tiempo, a lo que se suman otros aportes culturales externos posteriores al hispano y al surgimiento de tradiciones artesanales con identidad territorial producto de procesos sociales, culturales, económicos y ambientales complejos. Todas estas formas de expresión son parte importante de la identidad de las personas y los territorios en los que se despliegan, y se transmiten también a quienes admiramos los oficios artesanales y su legado, aunque no los dominemos o "sepamos hacer". En los días pasados, una chupalla de Ninhue en la cabeza o un chanchito de greda de Quinchamalí para el pebre en la mesa, quizás nos conectó con esa identidad nacional.

Desde el inicio de la vida republicana, los emblemas nacionales han cultivado este sentimiento, pero también lo han hecho otras representaciones icónicas, como el huaso con su apero típico, compuesto por indumentaria y artefactos creados por artesanos y artesanas que son parte de las ricas tradiciones presentes en la zona central de Chile. Con un chamanto, que recoge el uso que los indígenas hacían del poncho desde tiempos precolombinos y que siguieron usando los campesinos, pero que es una prenda que surge como la conocemos en el siglo XIX y se consolida en el XX, como una forma de diferenciar a la elite del campo chileno de una población más popular, y que hoy sigue tejiendo una pequeña comunidad de chamanteras en Doñihue, con hilos mercerizados de algodón importados de Francia. Con una fina chupalla en fibras vegetales. Sombrero que con su estructura actual (con ala y copa), llega a Chile con los españoles, pero que se transforma en este territorio hacia la construcción en fibras vegetales diversas, como la paja teatina que utiliza el artesano Jaime Muñoz en la zona de Colchagua, o la paja de trigo que usa Pablo Gutiérrez en Chillán. Materias primas que utilizan para confeccionar finos sombreros. Con espuelas de rodajas de entre dos y seis pulgadas de diámetro, como las que hace Luis Araya en Linares, que suenan cuando el huaso baila; diferentes a las que llegaron con los hispanos como aditamento para la batalla, más pequeñas y sin ornamentos, formas que luego se enriquecieron con los aportes que hicieron las órdenes religiosas que llegaron a estos parajes.

La artesanía es un emblema vivo, en constante transformación, que se adapta y se enriquece con los conocimientos y la sabiduría de las personas en relación con el territorio y la naturaleza. Cada objeto artesanal y cada uno de los procesos artesanales nos regalan identidad, de una manera generosa y diversa. Un Patrimonio Cultural Inmaterial que hay que relevar, pero también un emblema nacional más que debemos conocer y valorar.

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