La izquierda tradicional chilena en su fase leninista, derrotada política y militarmente en 1973, gira tácticamente hacia el centro, pero cuya nostalgia autoflagelante la llevó a una vía insurreccional de corte totalitario antinacional y antipopular, derrotada en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022. En este proceso, la sociedad chilena tuvo la predisposición de tolerar un proceso terrorista como posibilidad de cambio político e incluso en algunas mentes como una posibilidad, aunque parezca contradictorio, de paz; pero la izquierda tiene un corazón profundamente antipopular que la hace traicionar constantemente a la nación chilena, ya que su propensión a la violencia es más fuerte que su propensión al sentido nacional y, por lo tanto, la paz.
Sería injusto involucrar a toda la izquierda en aquello, ya que resabios de una izquierda tradicional previa a 1967 aún sobreviven en la cultura socialista, lo que estaría siendo representado por el viejo tronco socialista popular. La veta de este socialismo es hacerse la pregunta por el sentido nacional del socialismo bajo la inspiración de una alternativa nacional y popular.
Sin embargo, ese viejo tronco no ha logrado refrescarse por cuanto el corazón antipopular de la izquierda, dominado por las corrientes "woke", liberal-progresistas y entramado multicolor marxista insiste en agendas ideológicas de la alta burguesía capitalista, cuyos promotores son las elites globalistas. Por lo tanto, una ultraizquierda promoviendo la ideología de género, la ideología del cambio climático, el indigenismo y otras suculencias antinacionales y antipopulares versus una izquierda socialista popular que quiere preguntar a la nación chilena por el sentido social del pueblo, de un pueblo organizado para sí, no para alguien.
La disputa ideológica al interior de la izquierda necesita de una pasión política que resuelva dicha encrucijada, ya que se ha creado una ruptura antropológica entre las izquierdas. Una ultraizquierda individualista en contraposición a una izquierda popular. Esta ruptura es a nivel mundial. Por ejemplo, por una parte, Pedro Sánchez representante de la ultraizquierda individualista sujeta a las agendas globalistas y, por otra parte, Robert Fico representante de una izquierda popular centrada en la familia como soporte de la nación.
Esta dicotomía irreconciliable en Chile aún está coja, por cuanto la izquierda popular no tiene aún una expresión política, porque Jeannette Jara, aunque pertenezca a un partido tradicional, es la candidata de la ultraizquierda, sujeta a una lógica antipopular y antinacional a merced del globalismo. Entonces, el triunfo de la derecha ofrecería la posibilidad para que una izquierda socialista popular pueda refrescar y renacer y así, ofrecer a Chile una alternativa nacional.
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