La educación ha dejado de ser el eje central de la construcción de los países en los tiempos actuales posmodernos asumiendo sus descontentos como señalaría el prestigioso filósofo Z. Bauman. En las agendas de muchos encuentros internacionales y nacionales, los temas que se abordan son la inteligencia artificial, la robótica, la innovación de productos tecnológicos diversos y su producción. Todo ello surge en un marco paralelo y ciego a los graves problemas que como humanidad estamos teniendo.
Las guerras, las luchas políticas intensas, la inseguridad, la corrupción en los ámbitos más increíbles vinculados incluso a aquellos que deben mantener la justicia, la paz y el orden, parecen no existir; por tanto, nadie se pregunta ¿por qué está sucediendo ello cuando tenemos supuestamente altos niveles de certificación en educación?, lo que no necesariamente implica una mejor formación en especial en los aspectos humanos que permiten evolucionar a crear mejores sistemas de vida y de bienestar para todos.
La pregunta es central y debe buscarse su respuesta. Al respecto el sociólogo chileno Cesar Trabucco ha señalado recientemente en un diario nacional que "la anomia es un problema que se traduce en la desintegración social... En el país hay una crisis moral". Explicita que "a lo largo del país se observan a diario muestras de escaso acatamiento de normas que contribuyen al buen convivir en las ciudades". Agrega que "el desafío es resocializar, volver a ponernos de acuerdo en torno a cuáles van a ser los valores y las normas que vamos a respetar. Es un fenómeno de orden cultural de gran magnitud qué requiere de la voluntad de todos los actores... Una suerte de retomar el contrato social".
Ante ello cabe preguntarse, ¿qué ha producido esta ruptura de consensos y de comportamientos sociales positivos en nuestro país? Bauman señala que uno de los principales factores es la sobrevalorización de la sociedad de consumo y la seducción del mercado que se produce en grandes masas poblacionales que no pueden alcanzar todos los bienes que ella ofrece: lujos, viajes, bienes suntuosos, etc. Por ello, se emplean todos los medios válidos o no para alcanzarlos, lo que implica haber dejado de lado la formación valórica y por tanto una verdadera ética y sus normas básicas.
¿Y quiénes son los actores centrales que participan en esta formación? La familia, las instituciones educacionales en especial con los modelos de vida que se valoran, los currículos que se seleccionan y los objetivos que se pretenden. A ello agreguemos los contenidos de los medios de comunicación, redes sociales, juegos de video y otros que constituyen gran parte de la vida diaria de los niños, niñas y jóvenes.
No nos cansaremos de reiterar que lo fundamental en nuestra sociedad, mundial y chilena, es el plantearse la gran pregunta qué humanidad es la que queremos. Los resultados educacionales parecen no haber sido buenos por los resultados que vemos. Ello lleva a una gran revisión de los dispositivos curriculares y de su selección cultural y por tanto valórica.
En Chile no nos estamos haciendo estos grandes cuestionamientos y menos aun tomando decisiones que lleven a cambiar esta situación. Tuvimos algunas luces en la construcción de las nuevas bases curriculares para la educación básica pero no han salido aún; algunas instituciones educativas públicas y privadas están haciendo reelaboraciones de sus propuestas educacionales, como también ciertas universidades, pero la gran mayoría de los responsables en estas materias no lo están haciendo enceguecidos por luchas de poder y económicas.
¿Podrán las nuevas propuestas programáticas asumir este gran tema como uno de sus ejes fundamentales? esperemos que sí por un Chile mejor. Pero si no se hace carne en cada uno de nosotros nos sacamos nada con tener programas y una enorme burocracia para ello. Ya hace mucho tiempo que Mounier señaló, que las verdaderas personas sólo crecen en sociedades de personas, con toda la riqueza humana que ello significa. Ese es el trabajo que todos debemos emprender si queremos realmente cambiar toda esta situación que avergüenza.
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