Uno de los eventos en que lamenté no haber estado en 2017 fue la presentación del libro de Isabel Vega “La aventura de reinventarse” (Cuarto Propio), pero un problema de agenda lo impidió. Típico. Por eso, lo antes posible me devoré el libro y quise escribir algo, ya que, como sucede con todos los libros que se refieren al ser humano, tocan lo permanente pero también lo inmediato.
Y estoy convencido de que si miráramos lo que pasa en Chile con los ojos que ella propone, las cosas podrían andar cada vez mejor, especialmente ahora, en este cambio de gobierno, en esta sensación de fin de etapa, en la sensación de derrota para muchos y de expectativas para los ganadores, de ansiedad para un pueblo que se hartó de ciertas prácticas pero que no tiene certeza de que los nuevos gobernantes sean distintos.
Chile no necesita refundarse, como han propuesto algunos, sino introducir transformaciones profundas en su modo de vivir, lo que algunos podrían entender como “reinventarse”, que es la palabra que usa Isabel. Por cierto que ella, educadora y terapeuta, enfoca el proceso en la perspectiva personal, de modo de producir el interés de cada uno en su propio proceso.
Entendemos, sin embargo, que esos procesos no son de un individuo, sino que siempre conecta con todos los de su entorno y por lo tanto produce cambios en sus relaciones y en los otros y sus circunstancias, de modo que cada cambio profundo de una persona contribuye a la modificación del mundo.
Y si ese cambio se hace en una perspectiva humanista (valorativa del ser humano) será beneficioso para todos, tanto en lo inmediato como en el largo plazo, aquel que al decir de un economista podremos estar muertos los de hoy, pero muy vivos los de las nuevas generaciones. Porque el mundo se construye en un continuo que genera sedimentos sobre los que se levantarán las nuevas realidades. Así ha sido y así seguirá siendo.
El tema me interpela en lo personal ya que, como otros, he cambiado radicalmente mi forma de vivir, mis prioridades, mis actividades, sin que ello haya significado aislarme ni separarme del mundo. Por el contrario, aprendí que mi tarea (no es la de todos, pero es la mía) consiste en contribuir constantemente al mundo en todos mis actos, inspirados en el amor manifestado en el nivel personal y solidario al mismo tiempo. Mi caso, que no pretendo que nadie siga ni tome como ejemplo, nace de profundas convicciones emocionales, intelectuales y espirituales y no como consecuencia de tragedias ni de dolores.
El libro de Isabel Vega, por el contrario, registra los casos de numerosas personas que entregan testimonio sobre sus experiencias, las que muchas veces han sido dramáticas, exigentes, convulsionantes, que los inclinaron a elegir entre la depresión, el desánimo, la derrota total o la posibilidad de reinventarse, es decir, de cambiar aspectos de su vida para permitirles encontrar un sentido verdadero y válido para el tiempo siguiente.
Unos van en busca del éxito social, empresarial, económico y otros hacia la vida más desprendida y sencilla. La gracia es que todos estos personajes lograron superar momentos difíciles, destructivos de su existencia, dolorosos.
Ella no propone un solo modelo: exhibe realidades y saca conclusiones.
La primera de ellas es que cualquier proceso de cambio profundo no es ni breve, ni rápido ni fácil, pero que se va moviendo en una estela de esperanzas e inspiraciones. Ese proceso, que como ella dice marca “un antes y un después” en sus vidas, es más paulatino que lo que muchos pueden imaginar, aunque siempre hay un punto de quiebre que nos lleva a tomar la decisión.
Y entonces recuerdo a Jaime Castillo Velasco cuando proponía para Chile una revolución, pero agregaba, el cambio debe ser profundo y global, tan rápido como sea posible, pero jamás catastrófico, porque eso se hermana con la violencia que ciertamente, ni en lo personal ni en lo social, ayuda a resolver los conflictos con permanencia.
La vida de las personas y de los pueblos no está marcada por un solo camino, sino que siempre ofrece alternativas. Y en esta hora, cuando vivimos un cambio de era, cuando todo parece estar en crisis o en agitación, desclavemos la rueda de la fortuna y dejemos que las energías positivas nos impulsen a vivir nuevas experiencias para reinventar nuestro quehacer y los derroteros de una sociedad que a veces parece desorientada.
Como bien lo dice Isabel, no se trata de convertirse en alguien distinto, sino en descubrir la mejor forma de ser nosotros mismos en la realidad concreta que nos toca vivir.
Y eso es lo que podemos hacer conscientemente todos, como personas, como pueblo, recuperando esencias y mirando el horizonte. Pasado, presente y futuro se unen no en el individuo aislado, sino en las personas conectadas, en los grupos, en las relaciones, en las organizaciones.
Agradezco este libro, porque en esta hora de Chile nos trae un mensaje que puede resultarnos muy iluminador.
¡Que este año que se inicia nos ayude en ese sentido!
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