Durante la pandemia, el teatro se vio obligado a usar un formato digital como Zoom. La presencia que exigen las tablas se volvió imposible con el público y la tecnología permitió el encuentro virtual. Las obras tuvieron otra recepción y textura. En "La violación de una actriz de teatro", de la dramaturga Carla Zúñiga, el encierro, la tecnología agobiante y el aislamiento durante la crisis sanitaria remecen la vida de una diva de las tablas.
El mundo se detuvo, pero siguió funcionando mediante las redes sociales. La actriz Coca Miranda encarna a una diva cansada del nuevo ritual tecnológico, mezclado ello con la angustia por el claustro. La nueva distopía y la soledad impuesta le impiden negar dentro de sí aquel recuerdo, cuando el director de la obra abusó sexualmente de ella en su juventud, y cómo la negación ya no le sirve en un entorno de reclusión.
Momentos antes de una función totalmente vendida y de años de éxitos sobre los escenarios, de décadas de prestigio y logros, esa atrocidad se apodera de su presente. Se rebela a gritos ante su colaboradora de toda la vida, quien oficia como manager.
Enfundada en el alcohol saca de sí toda su rabia, frustración, sarcasmo y confunde a la colega, quien no comprende cómo desea abandonar al público y al éxito comercial, sobre todo cuando al inicio debían sobrevivir a penas.
De a poco la otra mujer se dará cuenta cómo la protesta no está guiada por excentricidades, hastío profesional o estrés laboral. Hay algo más importante, que viene a cobrar su deuda durante la peste del siglo XXI. Bramido a bramido de la actriz, la otra mujer acepta la rebelión de su actriz al fin y hasta la acepta, pues ella también sufrió el mismo tipo ultraje durante su propia carrera profesional.
La actriz consagrada escucha el smartphone demandante. El artificio pregunta a cada rato a la asistente si la prima donna va a salir a pantalla, si está sobria y lista para cumplir con quienes pagaron. Del otro lado de la habitación, la protagonista emite alaridos, insultos, negaciones, groserías y reitera su negativa de ir a escena. Vocifera al abuso masculino predominante en el teatro, cine y TV, a la sumisión suya en los inicios en el arte.
"Si no te importa, prefiero no hablar de todo eso. Ese tema me tiene frita ya, me cansa hablar siempre de lo mismo. No sé muy bien por qué un día lo conté... Prefiero que me preguntes por otras cosas, estoy ya cansada de esa historia", respondió Carmen Maura, cuando le preguntaban por esa vez cuando un hombre de 20 años la visitó en su departamento y pistola en mano la vejó sexualmente.
¿Será posible hablar de la violación femenina después de años donde los medios han cubierto el problema? ¿Luego de la supuesta "saturación" del asunto en mujeres de diversos niveles educacionales?
La respuesta es sí. Se puede, desde el arte, seguir tratando este contenido, pues la obra de la dramaturga Carla Zuñiga lo consigue con elegancia, cercanía, creatividad, sin fundamentalismos y exponiendo a hombres y mujeres a este contenido, presente desde el código de Hammurabi, el cual dictaba lanzar al río a la mujer que no cumpliera con el coito en su matrimonio.
A través de la dirección de Simón Román, las actrices Coca Miranda y Carla Gaete consiguen en una hora no sólo tocar el fondo, también atención en quien esté "atiborrada" como Carmen Maura, para respirar y volver a revisar en lugar de negar freudianamente.
Recuerdo cuando una consagrada actriz del Teatro Ictus contó cómo en sus primeros años, medio en broma y medio en serio, un connotado actor/jefe de la compañía le dijo "toda actriz ingresada al elenco tenía la obligación de acostarse con el director". Tal vez mi padre actor no quiso a ninguna de sus hermanas o hijas en su profesión, no sólo por la bohemia o supuestos vicios, sino más bien por la violencia que observó contra las mujeres en el teatro.
El poder machista no sólo lo determinan históricamente los hombres, es también una construcción cultural donde participan mujeres, desde las poderosas hasta las más humildes, desde la fuerza de las investidas hasta la debilidad de las resignadas. Habrá siempre una influyente Carmen Maura diciendo no creerle al 50% de las actrices denunciantes y una mujer anónima en un barrio pobre mirando para el lado por temor, negando la credibilidad a la hija denunciante.
Desde las acusaciones judiciales y mediáticas desde el mundo del arte, la defensa de las mujeres contra el ultraje sexual ha conseguido un lugar en el debate de todas las injusticias conformantes del género humano. Las actrices han liderado el trauma, el silencio, la negación y la reivindicación a pesar de que la cultura dominante trata de ridiculizarlas mediante el "fastidio".
Basta con vivir de cerca tal tragedia, en una de las mujeres en nuestras vidas y dicha "hartura" cae como castillo de naipes. Es suficiente el error de tratar este tema desde los fundamentalismos, sea cual sea, para que los perpetradores sientan a su favor una nueva niebla de impunidad gracias al "empacho" social.
"La violación de una actriz de teatro" es recomendable, pues no comete ningún error en su tesis, denuncia, reflexión, diálogos, ritmos, ímpetus, actuaciones o pausas. En vez de "fastidiar", educa, abraza, entretiene y emociona.
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