No hay mejor patria que la propia. La patria no es el territorio porque el que se pelea en las guerras, ni la bandera por la que se jura, tampoco la edulcorada estampa rancia del huaso o la china, el folclorismo de salón una vez al año, no son las guirnaldas del banal chovinismo.
La patria es la gente, la identidad de un pueblo que se forja en su destino común. Por eso no hay mejor patria que la que uno ama o adopta, aquella que nos hace sentir en casa; el paisaje que se abraza, el habla de la gente, las historias grandes y chicas, las públicas y las íntimas; una forma de pensar, el cómo (nos) entendemos, el cómo nos relacionamos, nuestro humor, los dolores y alegrías, los fracasos y los triunfos…
… Nuestras costumbres campesinas pero también las urbanas, esas que emergen con fuerza en las ciudades, con los jóvenes en las calles bailando frente a una gran vitrina, los actores de teatro acarreando utilería, las decoraciones del comercio, el metro, el paseo por el parque, la fanaticada del fútbol.
La patria es lo que atesoramos de antes y lo que valoramos ahora; lo que nos es propio, como la receta de la abuela, los ingredientes infaltables para una buena mesa compartida, los vinos y otros brebajes, un plato hecho como en ninguna parte.
La patria son las canciones de Violeta, las novelas costumbristas, las anchas alamedas y todos los poetas; las tradiciones que nos dan sentido, que nos unen en nuestra diversidad geográfica e ideológica, como el relato común de una cultura, de un chiste o un garabato, el exclusivo guiño de una historia construida por todos. Es lo que se añora cuando no se tiene. Lo que se extraña desde el exilio.
Pero es también lo que mueve nuestra utopía social: el mundo mejor se reduce a nuestra patria. No es más lejos que eso, nuestro entorno inmediato, los que queremos y nos quieren, las calles por las que transitamos, los árboles, la inmensidad de la cordillera que nos asfixia pero nos libera frente a un mar que nos aísla pero nos purifica, como los diablos de La Tirana, los marineros al lomo del Caicai Vilú atravesando los angostos estrechos de donde la tierra se desmorona en alerces.
La patria es de dónde somos, la cultura que nos es parte y que se ama, en la que se nace, se elige o adopta. Es la que nos hace soñar, la que nos convoca a un trabajo común, el futuro. El futuro para todos.
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