Sucesivas y recientes cartas al Director en la prensa y otras tantas opiniones en redes sociales parecían estar provocando una misiva del Ministro Ernesto Ottone respecto de sus contenidos: el proyecto de indicación sustitutiva que crea el Ministerio de las Culturas. Esta vez Ottone actuó por hechos y no palabras. La acción fue contundente, anunció el 5 de abril -en medio de la primera tormenta de otoño del 2016- que la nueva Sub Directora del Consejo Nacional de la Cultura será, la hasta antes del diluvio, sub Directora de la Biblioteca Nacional, Ana Tironi. Las señales fueron nítidas.
La primera, es que la designación no se enmarcó en los probables cambios de subsecretarios que vienen siendo anunciados en el gabinete de la Presidenta Bachelet.
Es decir, se desmarcó de los equilibrios políticos, propios de un gobierno de coalición, que suelen perseguir los procesos de esta naturaleza. Un mentís a aquellos que esgrimían que el segundo cargo del Consejo Nacional de la Cultura, correspondía a la agrupación de la renunciada antecesora. Una sorpresa para quienes atusaban bigotes y presionaban a su partido para que los propusiera para el cargo.
La segunda señal es que la Presidenta optó por alguien del mundo de la cultura, el mismo al que pertenece el Ministro, ratificando que la estructura institucional vigente, un consejo participativo y transversal, no tiene riesgos de modificarse en el futuro cercano.
Sin embargo, la señal más poderosa, el trueno de la tormenta, es que se escogió a una alta autoridad de la DIBAM, entidad que a través de una ex Directora y parte de sus trabajadores había puesto en duda la voluntad de darle una justa consideración en el nuevo Ministerio a la entidad rectora del patrimonio desde 1929.
Los trabajadores llegaron incluso a levantar carteles -una vez más- para expresar su oposición a los cambios, bajo el lema, No sin la DIBAM.
Bachelet dejó nítidamente claro que la DIBAM es parte sustancial de la nueva institucionalidad y que sus integrantes tienen tantos méritos como los creadores y gestores para encabezar la entidad que surja del debate parlamentario que se inicia. No solo eso, sino que una de ellos tendrá por misión relevante llevar a cabo ese debate por parte del Ejecutivo.
“Sin duda este nombramiento” -declaró Ottone- “refleja la visión que tiene la Presidenta Bachelet y que compartimos plenamente con respecto a la necesidad de ir preparando el terreno para la futura institucionalidad, que será no solamente de las Culturas y las Artes, sino también en torno al Patrimonio”.
Ya en 2000, cuando comenzó a redactarse en la asesoría presidencial que encabezaba Agustín Squella, el que sería el Consejo Nacional de la Cultura, se analizó la posibilidad de que las entonces División de Cultura del ministerio de Educación y DIBAM tuvieran una cabeza común para encaminar armoniosamente el proceso legislativo culminado en 2003.
Diversas circunstancias lo impidieron hasta este 2016 cuando, inéditamente, un destacado cuadro directivo del patrimonio pasa a ocupar el segundo rango del Consejo Nacional de la Cultura.
Hasta ahora, las subdirecciones tuvieron un sello más bien administrativo/partidista y sufrían cambios en paralelo con los que afectaban al gabinete en su conjunto. La máxima jerarquía de la DIBAM era su presencia en el Directorio del Consejo Nacional de la Cultura, en un curul delegado habitualmente por el o la Ministro/a de Educación.
Con la incorporación de Ana Tironi, se agrega otra figura del patrimonio a las sesiones del máximo órgano colegiado pues los subdirectores han participado tradicionalmente, aunque sin voto, en sus sesiones.
De este modo, sin escribirse una letra, pero con un gesto contundente, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio ha dado un gran paso.
Junto con el arcoíris que marcó el fin de la primera tormenta otoñal.
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