Querido Pablo

Mucho antes de la edición de los casetes de la Nueva Trova por el sello Alerce, las cintas de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés recorrían los pasillos de las universidades con copias enésimas de las grabaciones originales que alguien había traído a Chile. De Noel Nicola solo recuerdo "Por la Vida". Todos teníamos en los veladores de nuestras habitaciones estas copias con un siseo que el dolby no había sido capaz de reducir. Eran las copias de las copias. Había casos en que la voz de los trovadores se hacía lejana y las letras se volvían ininteligibles detrás del ruido, pero tratándose de canciones nuevas, tales copias habían de conservarse hasta que aparecieran las mejores copias de reemplazo.

Pero lo sustantivo era tener acceso a esta música nueva, de cantores cubanos que construían un nuevo modo de cantar. Y allí estaba don Silvio, de voz aguda y poesía de versos a veces difíciles de decodificar. Pero estaba también nuestro querido Pablo, de voz rotunda, melodiosa y versos románticos, y comprensibles en su profundo sentido. Nos gustaba Silvio pero adorábamos a Pablo, su filin, que llenaba nuestros días de estudiantes y nos hablaba de "rompe y raja" acerca de los sinuosos pasadizos del amor. No sabíamos mucho de su historia, ahora con ocasión de su muerte hemos sabido mucho más. El régimen -el de allá- no lo quiso mucho.

Vinieron los trovadores a Chile durante el gobierno de la Unidad Popular, en 1972, a la peña de los Parra. Isabel, lo sabemos, realizó trabajos muy interesantes con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, el Instituto del Cine Cubano, del que quedaron vinilos que alcanzamos a conocer y que poseemos. Después vino el golpe y los casetes archicopiados, y Pablo declaró que ya no volvería a Chile mientras estuviera Pinochet. Así es que el cantor recorría América Latina pero llegaba hasta Perú y allí se detenía, esperando. Y esperó hasta 1998, cuando Pinochet dejó la comandancia en jefe del Ejército en marzo de ese año, pero tuvo que hacer caso omiso a la presencia del susodicho hasta el 2002 como senador vitalicio. Gracias por tu flexibilidad, querido Pablo.

Y entonces vino Pablo al Caupolicán, pisó las calles de Santiago nuevamente y cantó, fuerte y claro, sin siseos, las canciones que fueron nuestra banda sonora en la universidad. Querido Pablo, gracias por tus melodías y por tus versos -algunos eran de José Martí, a quien muchas veces musicalizaste-. ¡Qué pena que te has ido, Pablo! Nunca te lo dije, pero encontré al amor de mi vida escuchándote cantar. Hoy nuestros corazones, los de nuestra generación, a pesar de las viejas tristezas contienen mucha alegría gracias a tu canción.

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