La Editora Nacional Quimantú y UNCTAD III fueron hazañas hermanadas, en el tiempo y en la mística que encerraron: mientras la torre que ocuparían los delegados de los 141 países miembros era destacada por sus trabajadores con un enorme número que identificaba el piso construido, asomando a la Alameda, la editorial imprimía los prodigiosos once millones, o más, de libros que irían a alimentar la avidez lectora de los chilenos, en pleno proceso de cambios.
Tal es así que la empresa, bajo el sello Documentos Especiales, publicó al precio de Eº 15 (con Eº 0.5 de recargo aéreo) un verdadero almanaque con información detallada de cada uno de los países participantes, llamado Los países en la UNCTAD III.
Allí aparecen todos los de América del sur, América central, África y Asia, los entonces llamados sub desarrollados. Era una tirada de 30.000 ejemplares de 146 páginas y una contraportada a todo color, con las banderas de países asistentes.
El único aviso, en la tercera tapa de la publicación, es de la misma empresa. Promociona las Historietas Q: Delito y Dimensión 0, que aparecían alternadamente los martes; Guerrilleroy Jungla, que aparecían alternadamente los miércoles; El Manque y Guerra, que se alternaban los jueves.
En el detalle de cada una, llama la atención que Guerrillero, publica "la patriótica lucha de Manuel Rodríguez y de Mizomba, el héroe africano". Mientras El Manque trata de "un afuerino rebelde recorriendo la Patria y luchando por la justicia".
Pasada la reunión internacional, Quimantú editó - también en 30 mil ejemplares - con tapa más dura y al precio de Eº 45, otro Documento Especial titulado, sobre fondo naranja, Los resultados de la UNCTAD III. Esperanza o frustración para el desarrollo.
El texto comienza, luego de una Introducción sin firma, con el discurso inaugural del presidente Salvador Allende, seguido por los discursos de las delegaciones, agrupados en bloques: Bloque socialista (China URSS, Rumania); Bloque capitalista (EEUU, Japón, Francia, Mercado común europeo) y luego, los países del Tercer mundo.
Termina con un ilustrativo glosario estadístico de los 141 Estados miembros y otros participantes: 7 organismos de la ONU; 13 organismos especializados; 37 organizaciones intergubernamentales, y 30 ONGs.
De este modo, los chilenos se enteraron del destino que había tenido este edificio que acogió "seis semanas de debates y enfrentamientos entre países pobres y países ricos, en el elegante edificio en el centro de Santiago, construido por obreros chilenos en plazo record para la conferencia".
Como lo había planeado Allende, el edificio fue traspasado al ministerio de Educación, para instalar allí el Centro cultural metropolitano Gabriela Mistral.
En ese período, se instaló allí un gigantesco comedor que atendía, con el novedoso sistema de autoservicio, a los transeúntes del sector, profesores y estudiantes universitarios, habitantes de las torres San Borja y ... trabajadores de Quimantú que cruzaban el río y caminaban unas cuadras del parque Forestal, para disfrutar de los amenos almuerzos y, más entretenidas aún, las colas previas a alcanzar la ritual bandeja que permitía comer abundante a bajo precio.
Tan animadas eran las esperas que varias ferias de libros se instalaban en el área. Incluso aparecieron en esa locación representantes del Instituto cubano del libro, que venían a vender su producción.
En una oportunidad, pude ver un descarado robo de un libro cubano. Se lo advertí cuidadosamente al encargado. No se preocupe compañero, los libros son para leerlos, respondió.
Tan fuerte era el recuerdo de ese comedor que, años después, cuando la presidenta Michelle Bachelet me encomendó coordinar al comité interministerial que se haría cargo del proyecto de centro cultural que seguiría al incendio de 2006, me introdujo al tema simplemente haciendo el gesto de quién lleva en sus dos manos la bandeja de un autoservicio de comidas. Respondí con el mismo gesto y ahorramos muchas palabras.
Otro gesto de los inicios de esa misión, no fue con las manos sino con la mirada hacia las alturas, protagonizada por el arquitecto Miguel Lawner, a quien encontré a la salida de una estación de metro y le conté la reciente designación. Elevó sus ojos al cielo y exclamó: ¡San Chicho! Tampoco fueron necesarias más palabras. Solo un abrazo y un "buena suerte".
La historia posterior recoge varios cambios de uso y de nombre del edificio.
En el proyecto encomendado, había una condición indispensable, que contuviera una biblioteca especializada - que no la había en el país - en artes musicales y de la representación, pues sería este el espacio nacional para acoger esas áreas artísticas.
No deja de ser emblemático que sea esta biblioteca, hecha una pujante realidad, la que acoja la presentación del libro Quimantú: prácticas, política y memoria, de Marisol Facuse, Isabel Yáñez e Isabel Molina que inicia la necesaria investigación sociológica en esta casi inagotable cantera de información que constituye Quimantú.
El problema, como casi siempre, es por donde comenzar esta minería de datos.
Está la formidable producción editorial: once millones setecientos noventa y cinco mil ejemplares impresos, distribuidos en 317 títulos, según cifras recopiladas por el economista Sergio Maurín, gerente general de la empresa.
Está el novedoso y eficiente sistema de gestión, administrado por sus trabajadores. Quienes tenían cinco representantes, elegidos por los comités de producción que operaban en cada sección, en el comité ejecutivo de Quimantú, que se completaba con cinco representantes designados por el gobierno (uno por partido más un independiente) y el gerente general, que lo presidía.
Está el rol que Quimantú jugó en la incesante lucha ideológica que se desarrolló en Chile, a comienzos de los setenta, y que, aunque parezca increíble, tenía a ambos contendores - derecha e izquierda - en igualdad de condiciones. Igualdad que debió romperse por las armas.
Está el debate que, al interior de la empresa y de la UP, se daba entre las dos almas de dicha coalición política, entre quienes creían en la vía democrática para acceder al poder y quienes la despreciaban como un mecanismo burgués.
Está, finalmente, la dura realidad del tiempo, que enseña que hay poco escrito sobre estos temas y, sobre todo, los testigos directos van envejeciendo, lo que pone en peligro la recopilación de antecedentes a través de sus protagonistas.
Quizás por ello, con buen criterio, las autoras recurren mucho a la técnica de las entrevistas. Y a la palabra directa del prologuista, Tomás Moulián.
Es un placer leerlo, porque recorre, con amplitud diferente, todos los aspectos enumerados y deja con gusto a poco.
Debemos esperar nuevas incursiones académicas en este episodio irrepetible de nuestra historia patria.
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