La compañía Silencio Blanco ha dado un paso importante en su desarrollo creativo con la obra "Antuco", inspirada en la tragedia de los 45 conscriptos del Ejército de Chile, quienes -mientras cumplían con su servicio militar- fallecieron debido a los abusivos ejercicios de montaña impuestos por sus jerarquías un 18 de mayo de 2005.
Con la dirección de Santiago Tobar y la producción creativa de Dominga Gutiérrez, esta interpretación descansa en los hombros de marionetas y una escenografía fabricada por el mismo director. El trabajo de diseño escénico de Belén Abarza permite al frío, la inmensidad de la naturaleza y los episodios de esta pesadilla, vincularse con los actores, llegando muy cerca del público.
Los intérpretes no sólo consiguen las evoluciones de las marionetas, se convierten ellos en elementos del entorno y el conflicto que interactúan con las figuras, donde rostros, voces y expresiones corporales, consiguen transportarnos a la atmósfera sicológica de víctimas, victimarios y familiares.
Los actores Camila Pérez, Camilo Yáñez, Consuelo Miranda, Marco Reyes y Marion García son a la vez personajes, rocas, lluvia, nieve, viento y avalancha desde los hilos de las figuras, los efectos de sonido y la iluminación. Logran el grito destemplado del oficial responsable y abusivo, la delicada mecánica de un cuerpo en una anciana y la ingenua marcialidad de los reclutas, provenientes de los grupos más pobres de nuestra sociedad.
Niños soñando ser militares, vieron diluidos esos ánimos en la realidad de un país, donde las diferencias sociales habitan decimonónicamente en el ejército. Nos transmiten la falta de empatía hacia la tropa, la absoluta misericordia de los elementos sobre chicos mal equipados y entrenados. La negligencia criminal, sustentada en jerarquías clasistas.
Fueron las decisiones tomadas por el mayor Patricio Cereceda Truan y del teniente coronel Luis Pineda Peña las que desataron una marcha de la muerte en una brutal nevasca a -35 °C a una altitud de 1.500 metros, entre dos puntos imposibles, el refugio Los Barros y el de La Cortina, en los senderos del volcán Antuco en la Región de Biobío.
Las marionetas y los actores les pusieron hilos a los conscriptos que, sin muchas oportunidades, consideraron a la milicia un camino laboral. En esa jornada, se encontraron con órdenes desquiciadas ante una tormenta imposible, caminatas con la nieve a la cintura y desbande de sus mandos ante la inminencia de la desventura. Los oficiales los abandonaron a su suerte, cuando el sinsentido de la marcha puso a cada uno en su grupo social. A los refugios llegaban los cabos, mayores y tenientes, pero ningún conscripto.
La tragedia de Antuco es todo el opuesto de la historia milagrosa de los rugbistas uruguayos de 1972, sobrevivientes, contra toda lógica y por semanas, de la cordillera chilena, tras el accidente del avión rumbo a Chile.
Imposible no cruzar ambas historias luego de estas marionetas y actores, tras esas luces y sonidos, o esos silencios de la cámara negra. Eran 45 rugbistas, igual número de soldados, los fallecidos.
Los uruguayos provenían de hogares acomodados y como los pobres muchachos de la tropa, se encontraron con la muerte en la alta montaña. Los primeros no dejaron de luchar hasta los extremos del canibalismo y la proeza portentosa, que los premió con la vida, mientras los segundos en una sola jornada recibieron todo el peso de la desesperanza, el abuso, el maltrato y el abandono.
No sólo ricos y pobres transitan en líneas paralelas respecto a las vicisitudes, también a la hora de la malaventura. La vida de los sobrevivientes del avión post horror, es una lección permanente de los límites del alma y cuerpo humano en situaciones límite, apoyado en filmes, libros y mil entrevistas, seminarios y charlas para testimoniar sobre la luz cuando ya no hay esperanza.
La vida posterior de los sobrevivientes de Antuco no tuvo grandes producciones en el cine. De ahí también la importancia de esta obra de teatro. Su cobertura medial fue importante por mucho tiempo, sobre todo cuando los oficiales a cargo recibieron condenas irrisorias, mientras los pocos sobrevivientes lograron indemnizaciones miserables y aún viven con las consecuencias en su salud.
La obra no despierta la comparación odiosa. La tragedia sobre las tablas, con la textura que aportan las maderas, permite valorar más la increíble sobrevivencia de los uruguayos. Al mismo tiempo nos hacen apreciar las inmisericordes realidades sufridas por los muertos chilenos. De cómo en el caso de los rugbistas lo mejor del ser humano permitió el salvataje, pero de cómo la miseria de los altos mandos chilenos, sellaron la vida de 45 muchachos humildes, una proyección de las profundas desigualdades sociales chilenas, puestas en la aberración del "sálvese quien pueda".
El Estado y la justicia les dieron la espalda, sólo los botánicos han puesto flores en los parajes donde perecieron. Desde esta disciplina científica, una nueva especie encontrada les rinde homenaje, se trata de la Viola obituaria un ejemplar de violeta silvestre, encontrada y clasificada en el Parque Nacional Laguna del Laja en la comuna de Antuco. Un homenaje de la naturaleza, la cual un día se llevó a 45 chicos indefensos.
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