En un país donde las identidades políticas parecían estar grabadas en piedra, la posibilidad de una alianza político electoral entre el Partido Comunista (PC) y la Democracia Cristiana (DC) podría sonar, a primera vista, como una herejía ideológica. Sin embargo, la historia no se escribe con certezas eternas. El nuevo ciclo político chileno exige revisar antiguas divisiones y preguntarse si los desafíos del presente -desigualdad estructural, crisis democrática, descomposición del sistema de partidos- no exigen más audacia que ortodoxia. ¿Es posible, legítima y conveniente una convergencia política y electoral entre comunistas y demócrata-cristianos en el Chile de hoy?
Más allá del mito fundacional
Durante décadas, la relación entre el PC y la DC fue una danza de desconfianza y antagonismo. En la memoria colectiva persiste el enfrentamiento durante la Unidad Popular, cuando la DC optó por la oposición al gobierno de Allende, y el PC fue su pilar leal. Más tarde, durante la transición, la DC lideró la Concertación mientras el PC permanecía excluido del pacto democrático institucional. Sin embargo, pensar que estos desencuentros son eternos es ignorar que la política es, por definición, el arte de lo posible. La DC de 2025 no es la misma que en 1973, y el PC tampoco es el mismo. Las identidades políticas, como las sociedades, cambian, lo relevante hoy no es buscar coincidencias absolutas, sino identificar si hay mínimos comunes democráticos y éticos suficientes para una colaboración táctica y estratégica.
La Democracia Cristiana se inspira en la Doctrina Social de la Iglesia Católica, el humanismo integral y la economía social de mercado. El Partido Comunista mantiene como referente el marxismo-leninismo, aunque en una versión adaptada a la institucionalidad democrática chilena. Uno se ancla en la trascendencia de la persona humana; el otro, en la lucha de clases. Pero ambos han llegado, por caminos diferentes, a la crítica al neoliberalismo, a la reivindicación de lo público, a la urgencia de un Estado social y a la necesidad de reformas estructurales para superar la desigualdad.
¿Acaso no pueden coincidir en una agenda común que promueva derechos sociales garantizados, desarrollo productivo territorial, fortalecimiento de la educación pública, y recuperación de la ética en la política? ¿No sería más honesto -y eficaz- trabajar juntos para evitar que el país retroceda hacia la precariedad autoritaria que hoy representa la extrema derecha?
El adversario común: el neoliberalismo autoritario
La política ya no se juega solo en el eje izquierda-derecha. Hoy se impone otro clivaje: el de la democracia versus el autoritarismo. El avance del Partido Republicano y de sectores ultraconservadores -con propuestas regresivas en materia de derechos humanos, de género, de medioambiente- constituye una amenaza para todo el arco progresista y humanista del país.
En este contexto, el PC y la DC tienen la responsabilidad de actuar como fuerzas democráticas que, con todas sus diferencias, pueden coincidir en la defensa del pluralismo, el Estado de derecho, los derechos fundamentales y la justicia social como base de la convivencia. Si el PC se aferra al sectarismo o la DC al anticomunismo residual, ambos quedarán fuera del juego decisivo. Pero si logran ver el bosque y no solo el árbol doctrinario, podrían contribuir a construir una alternativa amplia, sólida y legítima frente a la restauración conservadora.
Una eventual convergencia entre comunistas y demócrata-cristianos no puede ser un mero acuerdo de cálculo electoral. Volver a recordar a Max Weber en palabras de Patricio Aylwin requiere una ética de la responsabilidad, un diálogo franco y un respeto mutuo por las diferencias. Algunas condiciones mínimas serían: el reconocimiento mutuo en la legitimidad democrática del otro, sin caricaturas ni estigmas; una agenda común con un programa mínimo centrado en derechos sociales, sustentabilidad ambiental, trabajo decente, descentralización y reformas institucionales; compromiso con el respeto a la diversidad interna y no pretender disolver las identidades, sino de articularlas frente a objetivos superiores; y un compromiso con la democracia tanto en lo procedimental como en lo sustantivo, rechazando cualquier tentación autoritaria.
Lo que está en juego
En tiempos de crisis, la política no puede ser solo afirmación de pureza. Cuando el país se enfrenta a desafíos estructurales -crisis climática, deslegitimación institucional, violencia social, exclusión territorial-, la unidad en la diversidad es un imperativo moral y estratégico. Ni el PC ni la DC podrán por sí solos construir un nuevo proyecto de país. Pero juntos, y con otras fuerzas democráticas, podrían ser parte de una nueva mayoría ética, social y política, capaz de reconciliar crecimiento económico sostenido y desarrollo social sustentable, garantías de las libertades individuales y justicia independiente.
La política no puede ser un fin en sí misma, sino que debe estar guiada por valores éticos y una búsqueda de la justicia. El desafío radica en que la política a menudo implica la toma de decisiones que pueden ser difíciles y complejas, por lo tanto, el arte de la política, según Paul Ricoeur, reside en encontrar un equilibrio entre estos dos aspectos, buscando realizar lo deseable de manera justa y sin renunciar a los principios éticos. Si seguimos su consejo de que "la política es el arte de hacer posible lo deseable sin renunciar a lo justo", deberíamos seriamente respondernos la pregunta ¿no habrá llegado el tiempo de que comunistas y demócrata-cristianos se encuentren en ese horizonte, no para olvidar el pasado, sino para que el país tenga futuro?
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado