“Bautizazo” y antropología

Como bien dice el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano: “el fútbol es la única religión que no tiene ateos y que crea y mata a sus divinidades”. Hay tal identificación en el hincha que aunque vea el partido en TV no dice “hoy juega mi club”, sino “hoy jugamos nosotros”.

Es, también, el principal motivo de conversación, especialmente masculino, y un factor fuerte de identificación simbólica cuando otros se han debilitado en extremo.

Es una enorme estructura social, antropológica que llama a analizar lo que le sucede a nuestra selección, y comprender la amargura, la desilusión de los hinchas, pero también los actos de indisciplina que se presentan en un grupo humano complejo como son nuestros jugadores seleccionados.

Lo primero, es que la situación actual fue una derrota largamente anunciada. Chile es un país solo episódicamente bueno para el fútbol. Generalmente ello ha coincidido con el surgimiento de una promoción de jugadores aplicados y regulares en su rendimiento, y con la presencia de entrenadores fuertes. Así ha ocurrido con Álamos, Riera, Jozic y, por cierto, Bielsa.

Hemos sido solo segundos en cuatro copas sudamericanas en treinta y cinco ediciones.

Fuimos terceros en un mundial organizado en Chile y ello es parte de nuestros símbolos, de nuestras fechas recordatorias y está presente en el imaginario colectivo casi al nivel de nuestras efemérides patrias.

Por ello el país futbolístico y aún más allá de él, vivió como un trauma la partida de Bielsa.

Todo el país intuía que la selección chilena despertaba admiración internacional, catalizada por el carácter, los conocimientos, el liderazgo y la obsesión táctica de un estudioso, apoyado por una conducción de la ANFP caracterizada por una mayor seriedad y rigor que a las que estamos acostumbrados.

Pudieron más el egoísmo y los negocios de los poderosos, la intromisión y la arrogancia de algunos personeros de un gobierno que en aquel momento se creía imbuido de un rol refundacional.Ningún actor, empresario o ejecutivo, científico o académico, por cualificado que sea, es contratado por 50 millones de euros como ha ocurrido con Alexis Sánchez.Ello, y no la pasión por el deporte, explica el traslado de grandes capitalistas al control de las sociedades anónimas del fútbol.

Para este negocio, y para el poder político que está detrás de él, Bielsa era un personaje incómodo, demasiado crítico, alejado de los compromisos de palacio. Si se quería controlar el fútbol era casi imposible convivir con él.

Nadie en el mundo futbolístico internacional entiende por qué Chile se despojó de uno de los mejores entrenadores del mundo y, con ello, enterró un proyecto que despertaba curiosidad y hasta admiración.

Ciertamente nadie es imprescindible y tampoco Bielsa. Pero su partida y el fin de un proyecto, dejó un vacío de liderazgo futbolístico y psicológico no resuelto que motiva la dispersión que hoy observamos. Jadué y su directiva, caracterizada por una enorme debilidad de conducción y de ideas, reemplazó a un entrenador, pero no construyó un proyecto futbolístico que volviera a generar identidad en los jugadores.

Entendámonos: Borghi es el menos culpable de lo que ocurre. Es un hombre inteligente y honesto, que ha establecido una relación de horizontalidad con los jugadores para la cual probablemente muchos de ellos no están culturalmente preparados.

Sin un proyecto futbolístico claro, era previsible que se produjera una desmotivación y un desorden que no ha sido tratado adecuadamente por la actual dirección de La Roja.

Es en esta dimensión en que hay que leer la grave actitud de indisciplina de los cinco del “bautizo” y el desmoronamiento de una selección que jugó víctima de una profunda depresión frente a Uruguay.

Emborracharse a setenta y ocho horas de un partido tan complejo, dejó a Borghi sin alternativas, conciente que si pasaba por alto esta actitud infantil e indecorosa, el camarín se le escapaba definitivamente de sus manos.

Sin duda merecen una sanción, pero ella debe ser apropiada a la falta, al quiebre psicológico producido.

¿Alguien se ha preguntado porque no hay apellidos “vinosos” o hijos de familias pudientes económicamente entre nuestros futbolistas? o ¿por qué muchos de ellos provienen de un medio social sin oportunidades educacionales, donde la habilidad futbolística y el sacrificio les han permitido cumplir un sueño?

Porque la industria del futbol, como la llama Galeano, es feroz. Compra, vende, presta, desarraiga jugadores y les exige altísimos estándares de rendimiento y conductas ejemplares muy superiores a las de cualquier otra actividad.

Por ello, si a estos jugadores se les aplica una sanción “ejemplarizadora” como clama Jadue, se les condenará a una verdadera cadena perpetua.

Pero, además, ¿cuál será la sanción para los que provocaron este quiebre emocional destruyendo un proyecto exitoso?

¿Tienen los dirigentes del fútbol y los empresarios, el estándar ético adecuado para juzgar estos comportamientos indebidos?

Son preguntas a las que hay que dar respuestas de fondo para salvar a la selección y al fútbol de una crisis aún más profunda.

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