Spinetta, los pasaportes y un chico llamado Baeza

Para serles honesto, estos campeonatos sudamericanos sub 20 siempre me han parecido deprimentes. Tal como pasó en Arequipa hace dos años, cuando el local queda tempranamente eliminado, el hexagonal final se juega con mil personas en las tribunas y a nadie de los locales parece interesarle un carajo la suerte final del torneo.

Acá en Mendoza la fiesta de la vendimia está en su apogeo, se eligen reinas, se lanzan fuegos artificiales, se homenajea a Spinetta y en la peatonal la noche hierve (de calor) pero de este campeonato no habla nadie. Escribo inmediatamente después de que Colombia le ganara a los charrúas con cincuenta personas en las tribunas del Malvinas Argentinas y cuando el campeonato quedó abierto porque el invicto y gran favorito, Uruguay, cayó sin pena ni gloria ante un equipo práctico y eficiente como el cafetero, que tiene un delantero, Cuero, capaz de volver loco a cualquiera.

Si la prensa o los mendocinos hablan del torneo es porque un peruano adulteró edad, nacionalidad e identidad para jugar al fútbol. En todos los sudamericanos alguien hace trampas pero esta de Perú es muy rara: pusieron a Max Barrios (el muchacho al que todos conocían como Juan Carlos Espinoza Mercado, 25 años, ecuatoriano) justo en el partido contra…Ecuador. Un ex compañero lo reconoció, lo denunció y el asunto alcanzó perfiles internacionales.

No estamos en condiciones de lanzar la piedra. En 1979, en plena dictadura y con un general de Carabineros como presidente de la ANFP (de apellido Gordon a más desgracia) una selección chilena viajó con edades adulteradas a Paysandú. Todo el mundo lo sabía –incluidos los periodistas, por cierto- pero el asunto sólo reventó cuando los muchachos perdieron por goleada en el debut y se fueron a celebrarlo a un puticlub, lo que excedía los límites tolerables.

Tras la denuncia periodística y le eliminación del torneo, el entrenador Pedro García y la mayor parte de los jugadores (incluidos Roberto Rojas, el Arica Hurtado y otros próceres) fueron detenidos. Al General Gordon no lo tocó nadie y los dirigentes salvaron sin rasguños.

Asados a fuego intenso, los muchachos de Mario Salas sacaron adelante la tarea frente a Ecuador con nota sobresaliente. Dosificaron fuerzas, aprovecharon las falencias del rival y se fueron en ventaja de dos a cero al entretiempo.

Un brazo demasiado alto de Rabello, la fama que nos persigue y un árbitro mañoso se confabularon para la expulsión del sevillista y ahí la cosa cambió. El partido lo empatábamos o lo perdíamos si no es por dos factores: Salas aprendió la lección y cuando se quedó con uno menos reforzó el mediocampo y la zaga y, pasada la zozobra, Claudio Baeza se vistió de santo para clavar un tiro libre que alivió la tarea y la dejó en goleada.

No sólo seguimos con vida, sino que los resultados abren todas las posibilidades. En un torneo que se muere de pena y vacío y donde los pasaportes falsificados siguen siendo realidad en este continente donde todo es posible.

Mientras escribo, en el Parque San Martín suena “El anillo del capitán Beto”. Los chicos de la sub 20 alguna vez deberían escucharla. Dicen que estaba dedicada al Beto Alonso, pero el Flaco siempre dijo que no.

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