El registro de un docente gritándole a un estudiante que se calle, mientras expone públicamente a otro por "defender a Pinochet", ha generado una fuerte polémica en redes sociales. El video muestra una sala de clases fuera de control, donde el diálogo ha sido reemplazado por gritos, y la educación, por violencia.
La diputada Camila Flores reaccionó de inmediato, calificando al profesor como un "fanático totalitario" y anunciando una denuncia ante la Superintendencia de Educación. Sin embargo, su intervención no solo resulta irresponsable, sino que evidencia un problema aún más preocupante. Aunque el actuar del docente fue evidentemente inapropiado, sectores más radicalizados han visto en este hecho una oportunidad política, recurriendo a la doble moral, al capricho ideológico y a la constante legitimación de la dictadura militar. En ese sentido, la diputada también forma parte del problema.
Durante los 17 años de dictadura, 3.216 personas fueron ejecutadas o desaparecidas por agentes del Estado; más de la mitad no tenía militancia política. Cuerpos fueron encontrados amarrados a rieles y arrojados al mar; mujeres fueron sometidas a torturas brutales que incluyeron la introducción de ratas en sus genitales. Centros de detención como Villa Grimaldi, Londres 38 y Venda Sexy se convirtieron en emblemas del horror, mientras organismos como la DINA y la CNI actuaban con total impunidad. Estos no fueron hechos aislados: se trató de crímenes sistemáticos contra los derechos humanos que aún marcan la memoria y la identidad del país.
Lo ocurrido en esa sala de clases no es solo un escándalo escolar ni un titular amplificado por una parlamentaria. Es el reflejo de una crisis estructural del sistema educativo y, más profundamente, de un país fracturado, sin consensos ni comprensión común, donde los discursos de odio se vuelven cada vez más frecuentes.
La 16ª Encuesta de Participación y Consumo de Medios entre Jóvenes revela una desconexión alarmante: el 72% declara tener poco o ningún interés en la política, y sólo uno de cada 10 manifiesta "mucho interés". Las formas tradicionales de participación -como marchas u organizaciones- apenas alcanzan 10%. En su lugar, redes sociales como TikTok, Instagram y YouTube se han convertido en las principales fuentes de información, donde proliferan discursos simplistas, polarizados y, muchas veces, autoritarios.
En este contexto, no sorprende la relativización de figuras como Pinochet ni la creciente simpatía adolescente por posturas "libertarias" que exaltan el orden por sobre las libertades. Sin educación cívica, sin confianza en las instituciones y sin espacios legítimos para expresarse, ¿cómo podemos esperar que los jóvenes defiendan la democracia?
El fenómeno no se limita a las nuevas generaciones. Según Scanner Social (marzo de 2025), sólo el 26% de los chilenos se declara satisfecho con el funcionamiento de la democracia. Un 70% considera que el sistema político favorece a unos pocos, y más del 87% desconfía de los partidos. El desencanto es profundo y transversal.
Durante décadas se prometió que el crecimiento económico traería bienestar, que el mérito y el esfuerzo serían recompensados con movilidad social. Pero hoy, gran parte de la población vive endeudada -más del 75% de los hogares chilenos tiene algún tipo de deuda, según cifras del Banco Central-. La desigualdad estructural, sumada a la pérdida de legitimidad institucional, constituye el caldo de cultivo perfecto para el auge del autoritarismo.
Hoy, más que nunca, debemos recuperar la escuela como un espacio de diálogo, contención y formación ciudadana. Porque la democracia no se hereda: se enseña, se practica y se defiende.
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