En 1998 tuve el privilegio de realizar en Chile un encuentro con niños del mundo, junto a UNICEF, sobre la Convención de los Derechos del Niño.
Han pasado casi 20 años y sus principios siguen intactos. No discriminación, el interés superior de la infancia, el derecho a la vida, la supervivencia y el desarrollo y el respeto por la opinión de los niños y niñas.
Este mes de agosto se celebra el Día del Niño y es el momento propicio para hacer una profunda reflexión en torno a estos conceptos y cómo lo hemos abordado en nuestra sociedad.
Todo parece indicar que no lo hemos hecho bien.
Un estudio de UNICEF (2012) indica que en Chile el 25,5% de los niños vive en la pobreza, lo que tiene un impacto en su salud, nutrición, desarrollo cerebral, logros académicos, problemas de salud mental (como ansiedad, estrés postraumático, depresión) y malas relaciones con sus compañeros. Lo peor, corren el riesgo de ser futuros maltratadores y reproducir el círculo de la violencia.
En ese informe se consigna que en Chile 3 de 4 niños son maltratados. El 19,5% es víctima de violencia psicológica (insultos, amenazas), el 25,6% de violencia física leve (empujones, cachetadas) y el 25,9% de violencia física grave (golpiza, uso de arma blanca). Sólo un 24,7% no sufre ningún tipo de violencia al interior de sus hogares.
Se trata de una realidad muy dolorosa, que conocemos, pero de la cual no nos hemos hecho cargo colectivamente.
Para un padre, los hijos son lo más importante en la vida y saber que, en una década, se han producido 1.313 muertes de niños en centros del SENAME, produce indignación, rabia y dolor.
Los niveles de maltrato, la falta de políticas públicas eficientes, pero también la falta de responsabilidad colectiva han configurado esta tragedia en Chile.
No podemos ni debemos aceptar esta situación, que perjudica a quienes - por su edad - no tienen la fuerza de levantar la voz para gritar por sus derechos; los niños deben ser cuidados como lo que son, un tesoro invaluable.
Para cumplir con lo que recomienda UNICEF, pero por sobre todo para cumplir con nuestros niños, es necesario seguir los lineamientos que plantea la Convención: medidas de protección y asistencia; acceso a servicios como la educación y la atención de la salud; condiciones para desarrollar plenamente su personalidad, habilidades y talentos y la posibilidad de crecer en un ambiente de felicidad, amor y comprensión.
Amor es quizás la palabra clave. No es un cliché. En la medida de que sintamos un profundo amor por nuestros niños, podremos garantizarles un país mejor.
Con amor evitamos la cultura de la violencia, con amor podemos proteger a los niños, niñas y adolescentes, con amor podemos brindar apoyo a las familias.
Como escribió la poetisa Gabriela Mistral, "Hay un ángel guardián que te toma y te lleva como el viento y con los niños va por donde van". Eso debemos ser para ellos, un ángel guardián que los cuida, acompaña y ama por sobre todas las cosas.
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