Chile en casi 500 años de historia ha tenido crisis mayores: el desastre de Curalaba en 1598, la revolución de la Independencia, la revolución del 1891 y el golpe de 1973 y la dictadura que le siguió.
De todos, este fue el período más inhumano. No porque en el se haya matado mucha gente. Los asesinados en todos estos tristes acontecimientos fueron en gran medida víctimas de la locura de las revoluciones cuando se desatan y, por tanto, tienen mucho de tragedia.
Pero los detenidos desaparecidos y los centros de tortura de la dictadura fueron pensados fríamente. El general Pinochet fue responsable plenamente consciente del régimen más cruel de la historia de Chile.
Estos mismos años, sin embargo, hubo gente extraordinaria. Don Pepe fue uno. Hubo más. Hubo gente muy sencilla que pasará al olvido, gente que ni siquiera ella sabrá algún día que con su lucha por el respeto a los derechos humanos nos ha legado dignidad y amor por nosotros mismos.
Pensemos en los familiares que buscaron por años noticias o restos de hijos o esposos, en las trabajadoras sociales de la Vicaría de la Solidaridad que recibían a estas y a otras personas. Recordemos las arpilleras en que quedó registrada la historia que los medios de comunicación de la época contaron con dificultad u ocultaron.
¿Qué explica que en Chile haya surgido un José Aldunate? En una entrevista que yo mismo le hice, dice, “había una iglesia de derecha y una iglesia de centro. Faltaba una iglesia de izquierda”. Esto me sonó muy divertido. Él lo decía en serio. Ponía así en claro que la Iglesia es plural, pero sobre todo que una iglesia sin izquierda no es realmente la iglesia católica y, por otro lado, que la iglesia de derecha, aliada con el poder, había sido cómplice de lo ocurrido en el país.
¿Qué explica a Don Pepe? Perteneció al grupo Equipo Misión Obrera (EMO) de sacerdotes obreros y participó activamente en el movimiento de la Teología de la Liberación. Fue parte de la Iglesia latinoamericana que acogió el Concilio Vaticano II en clave de “opción de Dios por los pobres”. Esta Iglesia reconoció a los pobres y perseguidos un protagonismo que no tenían. Puso la Biblia en las manos del pueblo.
Gente que apenas sabía leer y escribir, con la Palabra en sus manos, supo que era digna, que Dios deplora la opresión y que sostiene la lucha por la justicia.
Don Pepe fue un intelectual popular. Leyó a los autores sancionados por la Congregación para la Doctrina de la fe, pasó horas conversando de Dios con personas humildes, con obreros y religiosas comprometidos, maduró sus opiniones y las puso por escrito.
Durante 20 años (1975-1995) fue director de Policarpo. EMO le encargó esta publicación clandestina que en sus inicios se llamó “No podemos callar”. El periódico circulaba con cuidado. No se sabía cómo llegaba, quién lo financiaba. Era gratis.
Ni los obispos Silva Henríquez, Fresno y Oviedo supieron quién era su director. Sí lo sabía el provincial de los jesuitas. Don Pepe tenía escondido el mimeógrafo en el coro de la iglesia Jesús Obrero. Después se lo llevó a un colegio del barrio alto. No me dijo cual. ¿San Ignacio el Bosque?
Él y otros héroes, religiosos, religiosas, creyentes y no creyentes, fundaron el movimiento contra la tortura que dos meses después llamaron Sebastián Acevedo en recuerdo del padre de familia que se inmoló pidiendo que liberaran a sus hijos que, detenidos, iban a ser torturados.
Esta colaboración entre cristianos y no cristianos fue también característica de ese mundo de gente que comulgaba con los valores que hoy consideramos propios de todo el país. Ellos nos llevaban la delantera. La humanidad a secas valió más que la pertenencia religiosa.
Los cristianos, en colaboración con los ateos, descubrieron a Cristo crucificado en cualquier ser humano perseguido, destrozado y eliminado, muchos que no creían en Dios creyeron sin embargo en la Iglesia.
Don Pepe, el chico Baeza, Mariano Puga, Roberto Bolton, Anita Gossens, Elena Chaín y las monjas de población, tantas otras personas, tantos, nos enseñaron la dignidad trascendente del ser humano.
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