En plena Semana Santa que en un país, mayoritariamente católico como el nuestro, convoca a la paz y la reflexión, se conoció el crimen cruel y estremecedor de una joven de 17 años en la comuna de El Bosque, en la ciudad de Santiago. Sus sueños y alegrías fueron eliminados por la saña brutal de sus asesinos.
Así también, a comienzos de esta semana, los Tribunales de Justicia condenaron a cadena perpetua calificada a un individuo, asesino de su mujer y su hijastra, luego de violar a esta última.
A mediados de febrero fue decretada la prisión preventiva para un imputado por la muerte de un niño de tres años, su hijastro, en la localidad de Cartagena, el balneario más popular en nuestro país.
El pequeño murió, según el Informe médico, como consecuencia de un golpe brutal en el abdomen que le rompió el hígado y el bazo, haciendo imposible que pudiese sobrevivir. Lo terrible es que no era la primera vez que sufría heridas graves, sin ir muy lejos, en enero hubo de ser internado por la fractura de uno de sus brazos por otro castigo brutal.
Hace pocas semanas, en la comuna de San Bernardo, un joven gay fue asesinado por un agresor homofóbico, que lo baleó a quemarropa con fría decisión criminal.
Asimismo, otro asesino quita la vida de su pareja golpeándola con brutales martillazos y otro criminal trata de quemar a su esposa y sus hijos rociándolos con diluyente. Esta contumacia se repite una y otra vez, son femicidios que estremecen al país, adquiriendo en el tiempo una feroz periodicidad, siendo ejecutados con un grado de ensañamiento y violencia desenfrenada.
Las suaves y tiernas melodías de los espacios románticos de muchos Festivales de la Canción, efectuados en una importante cantidad de comunas durante el verano, no llegaron al corazón de los asesinos.
¿Cómo es posible que se cometan tan reiteradamente estas atrocidades, tan bajo ha caído la escala moral del país?
¿Qué le pasa a la sociedad chilena que se registran estos hechos tan feroces?
¿O antes eran algo habitual que la sociedad tapaba o ignoraba. Pero, en definitiva, ¿qué nos están señalando estos crímenes terribles y las tragedias familiares que provocan?
Lo duro, como país, es que estos crímenes tan salvajes, ponen de manifiesto en sus autores un aterrador desprecio por la vida del ser humano, así como, una absoluta ausencia de respeto a la dignidad esencial de la persona humana.
¿Tan hondo caló en el país la cultura de la muerte de la dictadura?
¿Estamos ante el drama de no poder sacudirnos como nación de esta nefasta herencia?
Ante este desprecio a la integridad y la vida del ser humano se debe reaccionar, no podemos soportar situaciones como estas, ante ellas no hay excusa posible. No hay excusas ni atenuantes de ningún tipo. Ni el alcoholismo ni la drogadicción, temibles embrutecedores de la conducta humana, pueden esgrimirse como una suerte de justificación para explicar la irracionalidad de crímenes de esta especie.
Sin embargo, hay todavía un paso más abajo en la denigración de los individuos cuando se trata de la ferocidad humana, son los crímenes de lesa humanidad, ejecutados sin piedad para destruir al "enemigo"; eso es lo que llevó a cabo "la Caravana de la Muerte", después del golpe de Estado en 1973, como también lo fue la decisión de secuestrar los presos políticos y hacer de ellos, detenidos desaparecidos, para que sus familias y la sociedad sufrieran de por vida la huella dolorosa de esa herida, inserta perpetuamente en la comunidad nacional.
Matar para perpetuarse en el poder, es la crueldad y la degradación mayor que se puede cometer, de allí que se defina como terrorismo de Estado; por eso, resulta increíble que un académico "liberal", en su columna dominical haya comparado la saña atroz de la Caravana de la Muerte, ni más ni menos, que con la acción de los Tribunales de Justicia. Poner a víctimas y victimarios en el mismo nivel es una impiedad total.
Que triste resulta constatar que el valor y el respeto de la vida y la dignidad de la persona humana no se han restablecido en plenitud en el alma de cada persona y, en consecuencia, en el espíritu más profundo de la nación chilena. Aún tenemos mucho que aprender y crecer como país. No somos ni tan libertarios ni tan civilizados como muchos proclaman.
Sencillamente, hay que salir al paso de la ferocidad humana. Hay que defender el valor de la dignidad y la vida que son consustanciales a la civilización; ese propósito, no podrá alcanzarse si no es con la participación del país en su conjunto.
Hay que volver a humanizar la sociedad. Cada día se debe cultivar el valor del ser humano, sin distinción de raza, credo religioso, ideología política o condición sexual.Se trata de revalorar su dignidad inalienable y las virtudes individuales de todos y cada uno, como lo que es posible de ser cada cual: actores sociales capaces de entregar cariño, comprensión, tolerancia y paz.
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