Hace menos de un año, un invitado especial de Sebastián Piñera, el escritor, político e intelectual liberal, Mario Vargas Llosa, definió a la derecha que rechaza el aborto, desconoce la violacion de los Derechos Humanos, y más en general, no rompe con el totalitarismo autoritario, como “derecha totalmente cavernaria”.
En efecto, justificar las crueles, sistemáticas y permanentes violaciones a los Derechos Humanos, de los regímenes militares entronizados en América Latina durante más de dos décadas, sólo puede hacerlo esa derecha cavernaria aludida por Vargas Llosa.
Ello ocurrió hace años cuando se achacaron los hechos al “comunismo internacional”, como hacían los jerarcas de las dictaduras, pero también sucede hoy al descalificarse un relevante sitio de información y reflexión como es el Museo de la Memoria, con el insultante término de ser un “montaje”, es decir, una desfiguración de lo sucedido, una farsa pensada y preparada para engañar.
Que sus anfitriones pensaran así no es lo que Vargas Llosa esperaba de la palaciega audiencia que le escuchaba, pero helos ahí, un grupo ideológico auto definido pomposa e interesadamente como “liberal”, incluso algunos se auto denominaron la “nueva derecha”, en cambio, se trata de una secta retrógrada, autoritaria, intolerante, que se sienten dueños de la verdad absoluta.
La invitación se convirtió en un autogol, para gente que calcula cualquier movimiento y mide cada gasto, resultó plata perdida, el escritor traído para darse roce y autoridad y así desmentir la orfandad de la derecha autoritaria chilena, aislada en lo internacional por su compromiso nunca roto con la dictadura de Pinochet, junto con retratarlos en ese estado primitivo, anticipaba lo que Chile nuevamente confirmaría en los dichos de los defensores del defenestrado ex ministro de cultura.
El grupo supuestamente “liberal”, armado en torno a la candidatura de Piñera e incluido significativamente en su gabinete, a la postre, resultó un agrupamiento de duras raíces intolerantes, lenguaje procaz y de persistente ideología autoritaria, amparada en la supuesta libertad mercantil, es decir, la voluntad de hacer y acumular dinero como fuere, no importando el como y el cuando.
Una vez más, una exigua minoría social logra escalar decisivas posiciones de poder en medio de la bruma de un discurso mediático, vaporoso y melifluo, que se extiende dado el apoliticismo que cubre gravitantes espacios de la sociedad y al debilitamiento del sistema de partidos, cuyo prestigio se ha visto mermado por sus propias carencias y diversos episodios de corrupción.
En esas contingencias, la derecha cavernaria se supo vender como un gran epicentro de ideas, y no hace más que repetir viejas consignas del intervencionismo autoritario de la dictadura y sus crueles caricaturas. El caso más doloroso fue el de los detenidos desaparecidos, ya que cada cierto tiempo voceros del régimen volvían a reiterar que vivían “un exilio dorado”.
En 1985, cuando la Dicomcar asesinó a tres profesionales del PC en Quilicura, salió el almirante Merino a decir que era un ajuste de cuentas entre extremistas. Y así tantas veces, decir que tras horrendos crímenes había “un montaje” era lo más socorrido, la trama preferida para ocultar asesinatos y generar confusión y temor en la población.
No cabe duda que en el subconsciente de la ciudadanía está la huella de esa infamia, el tiempo pasó, pero la historia se ha leído y trasmitido, y la repulsión que provocan crímenes atroces como los que se cometieron bajo la dictadura, explica de modo decisivo el rechazo al funcionario nombrado y reemplazado como ministro de cultura y la vil teoría del “montaje”.
Varias veces Sebastián Piñera se ha inflado trayendo a colación que apoyó el NO, en el Plebiscito del 5 de octubre de 1988, pero no basta la conclusión elemental que Pinochet no debía seguir, sino que además, ahora se debe dejar de buscar excusas vergonzosas o manidos argumentos para eludir condenar el terrorismo de Estado, porque en el grupo que lo acompaña, la lista de adherentes está plagada de acérrimos pinochetistas, de esos que de conversos no tienen nada y cuyo pasado es muy tenebroso.
Vargas Llosa sabe quién es y cuál es su responsabilidad como literato universal, por eso, dejó clara su distancia de la “derecha totalmente” cavernaria, en estos días, el Preisdente de la República sería bueno que también lo haga.
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