En los últimos días nos hemos alegrado del triunfo del cortometraje “Historia de un oso” que logró el primer Oscar de una película chilena. El Viva Chile emocionado y emocionante de uno de los autores de esta magnífica obra nos ha hecho subir a todas y todos al carro de la victoria, como si se tratara de otro triunfo deportivo.
Más de alguien dijo que después de muchos años de ser un país sin triunfos en poco tiempo tenemos una Copa América de fútbol masculino y, ahora, una victoria nada más y nada menos que en Hollywod trayéndonos una de esas famosas estatuillas que sólo veíamos en televisión terminando el verano.
Pero no es otro triunfo deportivo. Como es sabido, esta historia animada relatada con tanta ternura e inteligencia está inspirada en la vida en el exilio de Leopoldo Osorio, abuelo de uno de los autores de este cortometraje, un militante del Partido Socialista y secretario del Presidente Salvador Allende. Leopoldo fue detenido en su casa el 12 de septiembre de 1973, después de haber sido golpeado. Fue torturado. Como él ha dicho, su circo fue la cárcel Pública de Santiago. Después vivió en el exilio en México y Gran Bretaña. En esos países por muchos años experimentó el destierro, la lejanía de los propios y la nostalgia inacabable que se muestran tan bien en la cinta recién galardonada.
Lamentablemente nuestro país tuvo muchas otras osas y osos que durante años vivieron historias similares a la de Leopoldo Osorio. La dictadura cívico-militar no solo mató y torturó sino que también utilizó de manera sistemática el exilio para silenciar a muchos opositores. Algunos de ellos no pudieron ingresar a Chile hasta que comenzó la transición a la democracia.
A muchas y muchos se les negó también la ciudadanía chilena, lo que dificultaba tener asilo en los países receptores. Otros pedían volver a Chile, aunque fuera por algunos días, para ver a familiares gravemente enfermos. Muchas veces se les negaba. Algunos incluso fueron exiliados con solo meses de edad, como si ya se pudiera prever que serían un peligro para la sociedad.
El exilio fue un drama para miles y miles de familia chilenas, con abuelos que no podían conocer a sus nietas y nietos, con cartas que se esperaban con ansia por semanas y la esperanza de poder volver que nunca se acababa. Aunque los años siguieran pasando, esa esperanza se mantenía.
Por eso llama la atención que un diario que ante los peores crímenes de la dictadura cívico-militar titulaba “No hay tales desaparecidos” o “Exterminados como ratones” hoy celebre este reconocimiento como si la historia que se narra en este cortometraje no tuviera contexto o se tratara de otro país.
O, también, resulta paradójico que algunos personeros de los partidos de derecha a través de las redes sociales señalen toda su felicidad por este premio. Como si ellos no hubiesen sido parte de un gobierno que prohibía el ingreso a Chile a muchos por constituir un peligro para ese régimen. No se trata de resentimiento u odio sino simplemente de tener memoria. Tener memoria y decir las cosas por su nombre. Y eso, como sabemos, ha costado bastante en el Chile de la transición.
La historia de un oso con una sensibilidad extraordinaria nos recuerda el exilio de los que lucharon por un país más justo. Esas personas sufrieron la pérdida de su identidad y un quiebre psicológico con su propia historia y cultura. Vieron truncado su proyecto de vida y muchas veces no pudieron rearmar otro porque siempre estaban mirando lejos, esperando poder regresar a un país que de a poco se iba convirtiendo en imaginario porque cada vez más estaba construido en base a experiencias pasadas. Y así se iba viviendo, sin querer perder las alegrías ni abdicar de las nostalgias.
Pero el exilio fue también sin duda una más de las graves violaciones a los derechos humanos que se cometieron en Chile durante la dictadura cívico-militar. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por cientos de denuncias interpuestas por personas exiliadas, declaró en varias ocasiones que el gobierno de Chile violó el Art. VIII de la Declaración Americana de Derechos Humanos que establece el derecho de residencia y tránsito en el propio país y a no abandonarlo contra su voluntad.
Siendo el exilio una violación a los derechos humanos, cabe recordar que los Estados tienen el deber de reparar el daño que se produce como resultado de esas violaciones de derechos. Con la reparación las más de las veces no se puede eliminar completamente el daño sufrido. Pero sí se puede mitigar.
La historia de un oso, además de ser una hermosa obra de arte, es también una reparación para los que fueron víctimas del exilio. Porque aunque sobre esta y otras violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile se haya querido por algunos imponer un manto de silencio, como decía Benedetti el olvido está lleno de memoria y un pueblo que no conoce y se reconoce en su historia no puede forjar su propio futuro.
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